Gonzalo Banda

Se acerca pronto otroy no se palpa ni un poco de entusiasmo. Hasta hace poco, los 28 eran oportunidades para que los presidentes reiniciasen el tablero político, renovaran el Gabinete Ministerial, introdujesen algún cambio en su programa de acción o anunciaran un giro inesperado en su mensaje a la Nación para pasar a la ofensiva. La esperanza del 28 –aunque efímera– era la convicción de que algo pudiese sacarnos de la modorra. Este será un 28 más dentro de los cuatro años que debía durar los festejos del bicentenario peruano y, sin embargo, qué insignificante ha sido todo lo que ha rodeado al bicentenario.

Pasó inadvertido, sin ningún tipo de ambición, los políticos lo malvendieron y desaprovecharon la oportunidad de revitalizar el proyecto país, se enfrascaron en una batalla irrisoria por la captura del poder. , el presidente del bicentenario, solo creyó en una utopía política durante su primer mensaje presidencial en el que hizo una digresión maniquea de la historia peruana; después, capturó el poder para repartirlo entre los muchos “felipillos” que callaron cuando el aparato estatal gangrenoso se copó de compañeros que defendieron el régimen corrupto y golpista, y que hoy se muestran como sepulcros blanqueados disertando sobre golpes de Estado y corrupción, pese a que cuando fueron funcionarios de Castillo no dudaron en arrimar su moral al salario o a la consultoría.

La oposición política en el bicentenario montó una pataleta histérica cuando no pudo ganar la elección y estuvo dispuesta a birlar cientos de miles de votos de la sierra rural con tal de ganarse un lugar dentro de la historia universal de la infamia. perdió más que una elección en aquella oportunidad, perdió la chance de cerrar la herida del 2016, de mostrar que había aprendido de la derrota frente a PPK y del devenir traumático que sobrevino tras su renuncia –el ascenso de Martín Vizcarra y luego de Manuel Merino–. Por el lado de los parlamentarios –desde María del Carmen Alva hasta Guido Bellido, desde los rostros más jóvenes más preocupados en convertirse en memes que en representar–, casi todos sucumbieron a las limitaciones de sus cualidades inexistentes. La generación política del bicentenario ha fracasado y no hay condecoración que la redima.

El fracaso tiene muchos culpables. No tramontamos el entusiasmo pueril de las movilizaciones contra Merino, nadie las lideró con espíritu renovador, solo emergió el hastío. La generación del centenario tuvo una profunda influencia en la dinámica del país, en su política y su cultura. Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea, Luis E. Valcárcel, Luis Alberto Sánchez, César Vallejo, Víctor Raúl Haya de la Torre, Manuel Seoane, José Carlos Mariátegui, César Moro o José Luis Barandiarán fueron algunos de los protagonistas de un período de intenso debate intelectual, de reforma universitaria, de nacimiento de proyectos políticos ambiciosos. La nuestra, la del bicentenario, sepultó proyectos políticos que apenas habían nacido.

Es un problema de escasez en la oferta política e intelectual. Por supuesto que no ha nacido un líder con el carisma de Haya de la Torre que anime las masas de la generación del bicentenario, nosotros tuvimos que conformarnos con unas elecciones entre César Acuña, Keiko Fujimori, Pedro Castillo, Rafael López Aliaga, Yohny Lescano y George Forsyth. Y, además, nuestros intelectuales no han sido capaces de comunicar su visión del país en relatos que vayan más allá del aula universitaria o del café barranquino, no han podido popularizar sus ideas dentro del debate público y han sido incapaces de llegar al mundo rural.

Muchos conspicuos miembros de la generación del centenario venían de regiones generando vínculos de reinvención y dialéctica que hoy no existen. No se preocupaban tanto de ganar la elección, sino de ganar los debates sobre los grandes problemas. Hoy los debates se ganan en una votación irrisoria en el Congreso. Se premia con cuadros y medallas la insignificancia de los políticos de la generación del bicentenario. Las distancias que separan a la ciudadanía de la política son tan grandes como la inmensa mediocridad de quienes lideran el debate político y, mientras tanto, se destituye a una fiscal suprema, se toma una institución pública, se consuman venganzas políticas.

El 28 de julio del 2023 está a la vuelta de la esquina y el país está hastiado, agobiado por la pobreza y la inflación, al borde de cogerle la mano a un autócrata. La generación de políticos del bicentenario no solo ha fracasado, sino que ha perpetuado la captura del Estado y la impunidad política. Imaginemos a yendo a la Pampa de la Quinua en el 2024 para conmemorar la batalla de Ayacucho. ¿Qué celebraría en Ayacucho donde tantas vidas se perdieron y donde ningún miembro de su Gabinete ha asumido algún tipo de responsabilidad? Hasta arcadas provoca de solo imaginarlo. Hemos dilapidado –por ahora– el bicentenario peruano.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Gonzalo Banda es analista político