A 40 años de la masacre en una embajada española

Miguel García M.

Cuando el embajador español Máximo Cajal advirtió que las llamas consumían su despacho, saltó por una ventana y salvó su vida. Tan solo unos minutos antes, aguardaba una solución pacífica a la ocupación de su sede diplomática en Guatemala.

Pero todo concluyó con la muerte de 37 personas. Transcurría el primer mes de 1980, cuando la embajada española en Ciudad de Guatemala fue intervenida por la policía para desalojar a un grupo de campesinos del Quiché, que horas antes había asaltado el recinto para protestar contra la represión militar. La matanza se produjo el 31 de enero.

“Unos 40 campesinos sin tierra se inmolaron después de haber ocupado la Embajada de España en Ciudad de Guatemala, en un paroxismo de violencia y locura política”, informó El Comercio en su primera plana.

Asfixiados y carbonizados perecieron, además, el ex ministro de Relaciones Exteriores de Guatemala, Adolfo Molina, y el ex vicepresidente Eduardo Cáceres, así como estudiantes, campesinos y otros funcionarios de la legación española. El embajador Máximo Cajal quedó levemente herido.

Al lado derecho de la imagen, el secretario para Asuntos Exteriores de España, Máximo Cajal, en rueda de prensa. (Foto: Agencia)
Al lado derecho de la imagen, el secretario para Asuntos Exteriores de España, Máximo Cajal, en rueda de prensa. (Foto: Agencia)

Todo empezó a las 11 de la mañana con la sorpresiva irrupción de los protestantes, que llevaban pancartas, pero también armas y bombas molotov. Aunque el acceso no fue autorizado, los ocupantes mantuvieron la calma y no ejercieron violencia.

Cajal dijo que “los invasores, quienes portaban tres o cuatro pistolas, habían solicitado marchar hasta la universidad de San Carlos junto a él, al presidente de la Cruz Roja y algunos periodistas”. “Pensé que el asunto podía arreglarse negociando”, enfatizó Cajal. Pero se equivocó.

Cuando las fuerzas de seguridad cortaron las líneas telefónicas, la tensión se elevó en las oficinas del embajador, en donde se apiñaban más de 30 personas. Entonces los policías comenzaron a romper la puerta con hachas y se escucharon disparos. “Yo estaba cerca de la salida y salté hacia afuera, con las ropas ardiendo. Me lancé escalera abajo”, contó Cajal, quien en ese momento tenía 45 años.

En un principio la dictadura del general Romeo Lucas García (1978-1982) culpó a Cajal de permitir el ingreso de los “terroristas”. También sostuvo que los ocupantes lanzaron una molotov al momento del ingreso de los policías, lo que causó el incendio y las muertes.

Luego, sin embargo, asumió la responsabilidad de la masacre, aceptando que la operación policial había sido precipitada. Ciudad de Guatemala se disculpó con Madrid, vía diplomática.

Entre los muertos se encontraba Jaime Ruíz del Árbol, primer secretario de la representación española, y los funcionarios Luis Felipe Sanz y María Teresa Vázquez. También fallecieron Vicente Menchú y Francisco Tum, padre y primo de Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz 1992.

Además de Cajal, existió otro sobreviviente: el campesino Gregorio Yujá, quien luego fue secuestrado del hospital en donde se encontraba. Su cuerpo fue hallado con signos de tortura el 2 de febrero.

Gracias a testigos y miembros de la propia policía, que declararon ante los tribunales de Guatemala años después, se comprobó que existió una orden explícita de aplicar la violencia y hasta usar lanzallamas al momento del operativo.

Pedro García Arredondo, quien dirigió al comando policial durante la trágica intervención, fue capturado en 2011 para ser sometido a juicio. En 2015 se le condenó a 90 años de prisión como principal responsable de la barbarie desatada en la embajada española.

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