¿Sabía cómo fue el cierre de la cárcel más antigua del Perú?

Vista panorámica de la antigua Penitenciaría Central de Lima en junio de 1961, poco antes de su demolición. (Foto: Archivo Histórico El Comercio).
Vista panorámica de la antigua Penitenciaría Central de Lima en junio de 1961, poco antes de su demolición. (Foto: Archivo Histórico El Comercio).
Carlos Batalla

En 1956, en el inicio del gobierno de Manuel Prado Ugarteche, se anunciaron reformas en los establecimientos penitenciarios del país. El grado de corrupción era muy alto entre los funcionarios del sector y la negligencia y desorganización cundían en la administración. Los presos salían a la calle y volvían ebrios, se sucedían peleas y motines violentos dentro de estos centros de rehabilitación. Un cambio era necesario y urgente. Entonces, los ojos se volvieron hacia la antigua Penitenciaría Central de Lima, el viejo panóptico ubicado frente al Palacio de Justicia, fundado por el presidente Ramón Castilla, allá por el lejano 1862.

Historia de un penal a las afueras de Lima

La primera cárcel de estructura radial o ‘panóptico’ empezó a construirse en 1834 en Brasil. La Casa de Corrección en Río de Janeiro esperó hasta 1850 para contar con su primer pabellón; en esa misma década terminaron de levantar el segundo pabellón. En Chile, la construcción se inició en 1843 y nueve años después, en 1852, se concluyó el proyecto.

En el Perú, todo arrancó en julio de 1855 con la elección del lugar donde se construiría el nuevo penal. El encargado fue el doctor Mariano Felipe Paz Soldán. El 8 de agosto de ese año, Paz Soldán emitió su informe e indicó la ubicación exacta en el “camino a Chorrillos, la parte más sana de la ciudad”. Era literalmente el extremo sur de Lima, donde en tiempos de la Colonia estaban las murallas de la ciudad y hoy se ubican el Hotel Sheraton y el Centro Cívico-Real Plaza de Lima. Tal indicación, que no pudo prever lo que sobrevendría con la expansión urbana, terminaría ubicando a la Penitenciaría Central de Lima en la zona más céntrica de la ciudad.

El gobierno de Castilla dispuso la construcción del penal tipo panóptico por decreto supremo del 20 de octubre de 1855 y se le encargó el proyecto a los arquitectos Michele Trefogli y Maximiliano Mimey, siguiendo los pasos de lo avanzado por el propio Paz Soldán. La colocación de la “primera piedra”, el 31 de enero de 1856, empezó un trabajo de seis años y medio, en el que se involucraron ingenieros, arquitectos, técnicos, artesanos, carpinteros y obreros para todo tipo de labores. Se trataba de un moderno edificio para la época. Un panóptico que había nacido de la idea planteada por el utilitarista inglés Jeremy Bentham (1748-1832), cuya tesis principal era controlar desde la torre principal cada minuto de la vida del interno (“ver sin ser visto”).

El 2 de febrero de 1961 los reclusos vivían los últimos meses de la vida carcelaria en el panóptico de Lima. (Foto: Archivo Histórico El Comercio).
El 2 de febrero de 1961 los reclusos vivían los últimos meses de la vida carcelaria en el panóptico de Lima. (Foto: Archivo Histórico El Comercio).

Y un día abrió sus puertas…

El panóptico limeño funcionó desde el 23 de julio de 1862, ese día el director entregó las llaves al gobierno, que era dirigido aún por el viejo mariscal Ramón Castilla. La idea era que el nuevo local asegurara a la sociedad la recuperación moral y física del delincuente, “haciendo inútil la pena de muerte”. La razón del panóptico era, pues, filantrópica.

Su extensión llegada a las “41.314 varas”, esto es, 28.870 metros cuadrados, con tres pisos de diferentes materiales: el primero de piedra, para las habitaciones y talleres de los presos; el segundo de ladrillo, donde se ubicaban las oficinas administrativas; y en el tercero de “telares dobles”, para la casa del director, los empleados, la enfermería y la capilla. Así era la Penitenciaría Central de Lima en sus primeros tiempos.

Presos y presas, mayores y menores de edad, debidamente divididos por gruesas paredes y amplios patios, todos en sus respectivos pabellones, eran la población penal que acogió el principal centro carcelario del país, activo durante 99 años, de 1862 a 1961. En ese lapso de tiempo la ciudad creció en gente y delincuencia, y en consecuencia el penal se hacinó rápidamente. Los sucesivos gobiernos del siglo XIX y XX ampliarían la infraestructura con nuevos pabellones sin salir del perímetro que, con el paso de las décadas, fue rodeándose de avenidas importantes, instituciones, casas y negocios. La vida real y cotidiana acorraló al viejo penal, convirtiéndolo en un edificio que estorbaba el desarrollo de la capital.

El fin de la cárcel de piedra y barro

El 23 de julio de 1954, cuando se conmemoraban los 92 años de fundación del panóptico limeño, el gobierno de Manuel A. Odría colocó una placa, la última en apreciarse en esa pared de piedra de la fachada. La placa fue develada por el ministro de Justicia y el director del penal, acompañados por la sobrina-nieta de Castilla, Angelita Hernández de Simpson. Odría vivía sus últimos años en el gobierno y este no tenía ningún apuro en cerrar el local histórico.

Los primeros grupos de presos del panóptico de Lima fueron trasladados a fines de mayo de 1961. Las familias se despidieron de ellos en medio de lágrimas. (Foto: Archivo Histórico El Comercio).
Los primeros grupos de presos del panóptico de Lima fueron trasladados a fines de mayo de 1961. Las familias se despidieron de ellos en medio de lágrimas. (Foto: Archivo Histórico El Comercio).

El cierre sería decisión del siguiente gobierno, el de Manuel Prado, quien tenía un problema en marcha: ¿a dónde trasladar a los internos que aún estaban en el panóptico limeño y en la “Cárcel Central de Varones” que se ubicaba en sus linderos? El lugar elegido fue el penal de la isla de “El Frontón”, donde debía hacerse obras de ampliación para recibir a más presos. A inicios de febrero de 1961, empezaron las obras en la isla penal.

El panóptico por derrumbarse estaba dividido en dos zonas: la “Cárcel Central de Varones” y la “Penitenciaría”. En la primera, que ocupaba un tercio de toda la manzana, había en total 1.400 presos. El hacinamiento era total, con celdas pequeñas que convertían a los pabellones en verdaderos socavones (en peores condiciones estaban las famosas “celdas de castigo”). Para atenuar la población penal, a mediados de junio de 1961 fueron liberados de esa cárcel unos 300 delincuentes primarios, de bajo peligrosidad. En la otra zona, propiamente la “Penitenciaría”, que ocupaba los dos tercios restantes, se contabilizaron 490 reclusos, de los cuales 67 fueron indultados, otros 200 terminaron en diversos penales del país y los 223 restantes, llevados en dos grupos al temido “Frontón”.

Solo los sentenciados fueron trasladados al nuevo penal de la isla frente al Callao. Iban según el avance de las obras. Al menos ese era el plan. Sin embargo, ante la lentitud de esas obras y la necesidad del traslado, las autoridades llevaron a la mayoría de detenidos al antiguo penal de “El Sexto”, complicando aún más el hacinamiento de ese otro centro carcelario del Cercado de Lima. A este lugar también fueron conducidos los guardias de un reciente motín del Potao, en el Rímac. De esta forma “El Sexto” se convirtió en una bomba de tiempo en medio de la capital.

Los presos del panóptico de Lima salían del viejo local esposados, en pareja, rumbo a "El Frontón". (Foto: Archivo Histórico El Comercio).
Los presos del panóptico de Lima salían del viejo local esposados, en pareja, rumbo a "El Frontón". (Foto: Archivo Histórico El Comercio).

Presos esposados van a “El Frontón”

Las autoridades subsanaron en algo las dificultades logísticas y de mantenimiento de “El Frontón”, para iniciar así el traslado general a partir del 25 de mayo de 1961. Ese día salieron en parejas, esposados, desde el gran portón de la Penitenciaría Central de Lima, un poco más de 60 criminales que fueron trasladados en camiones resguardados hasta el Callao, para ser luego embarcados en lanchas hacia la isla. Se suponía que estos detenidos iban a estar allí unos meses y después ser llevados, la mayoría, a un nuevo penal que se construiría en la carretera a Canta (sierra de Lima), pero este proyecto no se concretó finalmente. En paralelo a los primeros traslados, se inició la demolición del viejo panóptico.

Esta gestión demoledora formaba parte de la etapa preliminar del llamado “Plan de Reforma Carcelario”. Debían caer los edificios tanto de la “Penitenciaría” como de la “Cárcel Central de Varones”. El primer pabellón en ser demolido fue el de la residencia del director del penal, Félix Cantoni Salcedo; y también la parte alta de los muros que daban hacia las avenidas Bolivia, España y Paseo de la República. Esa parte fue un proceso rápido debido a los materiales antiguos con los que se había construido el edificio.

Durante una semana de demolición cayeron además los torreones de vigilancia, hechos de adobe y tierra, no así las partes bajas de la construcción que eran bloques de granito. Los presos fueron conducidos con todas sus pertenencias en tres grupos de entre 70 a 100 por turno. Para junio ya todo estaba casi vacío.

Los últimos guardias del panóptico, el 17 de agosto de 1961. Ya no había ningún preso en el penal (Foto: Archivo Histórico El Comercio)
Los últimos guardias del panóptico, el 17 de agosto de 1961. Ya no había ningún preso en el penal (Foto: Archivo Histórico El Comercio)

Mientras el presidente Prado regresaba de una larga gira de 26 días por Asia, el panóptico desaparecía piedra tras piedra. Para fines de junio de 1961, con ningún personal interno en sus instalaciones, salvo algunos guardias civiles como custodios del local, se realizó la primera convocatoria de la licitación para la subasta de los terrenos del local.

Desocupado durante ocho años (1961-1969), recién en 1970 esa gran manzana empezó a ver crecer un nuevo local: el Hotel Sheraton, de 20 pisos y 431 habitaciones, que se inauguró en marzo de 1973. Cuenta la leyenda que en su construcción, por las noches, entre sus muros y columnas, se escuchaban voces y se veían sombras supuestamente de los fusilados en el patio del viejo panóptico. Quizás los mismos fantasmas hayan atravesado las paredes del inmueble de al lado, el Centro Cívico de Lima, que el gobierno militar inauguró al año siguiente.

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