Escapar de Cuba era su objetivo, su sueño, su necesidad. Armando Socarrás Ramírez, un soldador de 18 años de edad, no estaba solo en su intento de salir de su país, controlado por el dictador Fidel Castro y sus allegados. Ese 4 de junio de 1969, hace 52 años, iban dentro del avión DC-8 de Iberia -bien sentados y atemperados- 143 pasajeros y la tripulación.
Mientras, en las patas del avión acompañando a Armando Socarrás, al menos por unos segundos, estaba Jorge Pérez Blanco, un adolescente de 16 años, con el que Socarrás había planeado escapar de la isla ocultos en el tren de aterrizaje del avión de Iberia. El vuelo se dirigía de La Habana, Cuba a Madrid, España, es decir, cruzarían el gran charco. En Cuba, ambos jóvenes estaban a punto de ser incorporados al servicio militar obligatorio.
Era una locura aérea, pero lo intentaron. Apenas el avión empezó a moverse en la pista de despegue, los dos amigos empezaron a correr con todas sus fuerzas acercándose a la aeronave, segundos antes de que esta alzara vuelo. En ese instante, saltaron felinamente tratando de acomodarse en los pequeños compartimientos que dejaba ver el tren de aterrizaje.
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Ambos llegaron a aferrarse al tren, uno a la izquierda (Socarrás) y el otro a la derecha (Pérez), pero algo salió mal. Pérez cayó del avión que empezaba a tomar vuelo y fue capturado con algunas costillas rotas por la policía cubana en el propio aeropuerto habanero. El adolescente finalmente salvó de morir, pero estuvo 4 años preso. Recién en 1980 llegaría a los EE.UU.
Con el dolor de haber visto a su amigo caer en manos de la policía de Castro, el joven soldador, de apenas 1.60 m. de estatura, se acopló bien en el espacio que dejaba el tren de aterrizaje y se aferró más aún a su sueño de llegar a España. Se había subido a un avión comercial que volaría nueve horas de continente a continente, muchas de esas horas volando cerca a los 10 mil metros de altura. Su cuerpo llegó a soportar, según los cables de la época (UPI), un frío similar al que afrontaban los montañistas de los Himalayas.
En Madrid, las autoridades del aeropuerto de Barajas se quedaron sorprendidas al verlo cubierto por una capa de hielo, casi congelado, blanco como el papel, con los labios azulados y una mueca de dolor impresa en el rostro. Socarrás fue ingresado de emergencia a un hospital madrileño con pocos signos de vida.
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Pero ese cubano terco sobrevivió. ¿Cómo lo hizo o qué hizo para vencer a la muerte? Según el doctor Graciano Martin, Jefe del Departamento Cardiovascular del Hospital General de Madrid, donde fue internado, muy probablemente su corazón haya dejado de latir (paro), así lo indicaban los electrocardiogramas que le tomaron.
Además, en base a su experiencia clínica, el doctor Martin refirió que al hacer trasplantes de corazón, por ejemplo, los pacientes son sometidos a bajas temperaturas y cuando se llega a 28 grados bajo cero, el corazón cesa de latir “y permanece el paciente en un estado de animación suspendida”, dijo a UPI, en una nota publicada en El Comercio del 6 de junio de 1969.
Haberse colado al tren de aterrizaje solo con camisa y pantalón permitió que viajara como en una congeladora. Su cuerpo terminó prácticamente congelado y soportó así la falta de oxígeno de esas alturas, dijo Martin, para quien el cuerpo de Socarrás se congeló lo exactamente necesario como para que soportara ese terrible y escalofriante estrés.
La rápida recuperación del cubano -salvo unos asuntos renales y cardiacos posteriores- fue un milagro; aunque es probable que su buena condición física y algo de suerte hayan logrado, en verdad, ese gran milagro. El polizón caribeño no pensaba en esos momentos en pedir asilo al gobierno español, pero ya estando allí, en Madrid, era una posibilidad que no descartaba.
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Había quedado algo sordo (pese a los tapones que se puso en su osadía) y no hablaba con la prensa sino por intermedio de los médicos que recogían algunas frases de su paciente estrella. La salud de Socarrás fue mejorando poco a poco, y una semana después empezó a declarar por sí mismo. Una de las primeras cosas que dijo fue que en el régimen de Fidel Castro “no había libertad”. Ese fue el motivo de su espectacular fuga.
En Madrid, el sobreviviente cubano permaneció dos meses hasta su recuperación física. Allí recibió la solidaridad de casi todo el mundo. Armando Socarrás Ramírez temía permanecer mucho tiempo en España, pues el gobierno cubano presionaba para que sea deportado. Al poco tiempo, logró llegar a Estados Unidos. Nunca más volvió a Cuba. En tierras estadounidenses se reencontró en los años 80 con su viejo amigo Jorge Pérez.
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