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Perú en ARCOmadrid 2019. (Foto: Víctor Idrogo/ El Comercio)
Enrique Planas

En el stand de la galería Ginsberg, un grupo de visitantes chinos se detiene frente a un retrato de Mao Zedong. En realidad, el histórico líder comunista no se encuentra representado en el lienzo, pero su característica silueta sugiere su presencia. En ese momento, su autor, el pintor Alfredo Márquez, comparte con nosotros su frustración por no haber podido traer a la feria sus obras más recientes por problemas de transporte. Nos cuenta que, así como había hecho con Mao, venía realizando una serie dedicada a Túpac Amaru, cuya figura desaparece del cuadro pero se adivina su huella. Nos dice que aprovechará su estadía en Madrid para investigar en el Archivo de Indias sobre la condena decretada al cacique de Tungasuca. “Es el momento de hacer visibles a los invisibles”, nos explica.

En ese momento, una joven china, la única que domina el castellano en su grupo de turistas curiosos, le pregunta por su cuadro. “¿Es Mao?”, inquiere. El artista limeño le explica que se trata de una visión crítica sobre la imagen de personaje, y la extraña situación en que la gente pueda verlo aunque ya no exista. Ella vuelve a su grupo y les traduce la información. Uno de ellos, aparentemente el líder del grupo, observa interesado. Quiere saber más. Son taiwaneses, y en su interacción que podría reproducir una escena del filme “Lost in Translation”, el afable grupo se entusiasma con las respuestas de un artista que dialoga entre encantado y sorprendido. No imagina que, de pronto, el hombre haga el típico gesto de quien pregunta el precio. Luego pide rebaja y, tras el reajuste, se hace el trato con el gesto de quien pide la cuenta en el restaurante.

Una feria de arte es, ante todo, una plataforma comercial. Y para ello, muchos artistas peruanos, más interesados en profundizar en el concepto de sus obras que en su comercialización, deben aprender a vender su trabajo. Un aprendizaje complejo para creadores que, en buena parte, llegan por primera vez a una de las ferias hispanas más importantes de arte contemporáneo. En la presentación del Programa Perú en ARCOmadrid, la comisaria Sharon Lerner, de impecable trabajo, deja en claro que la zona de galerías y artistas peruanos invitados ha sido concebida como un corte que no pretende ser representativo de un arte nacional oficial. “La invitación ha permitido más bien imaginar una lectura peculiar, una entre muchas posibles, de la producción artística local”, señala la curadora del Museo de Arte de Lima (MALI).

Como sucedió en el Mundial de Rusia, el Perú cubre sus carencias con artistas que en buena parte han sabido hacer sus carreras en el extranjero, además de museos y coleccionistas privados que han enriquecido notablemente el cartel de la participación nacional. Para Fernando Bryce, el artista peruano actualmente de mayor proyección internacional, la presencia del Perú en resulta un hito cultural. “Ya había una presencia peruana en España desde hace varios años, pero, a nivel institucional, es la primera vez que el Perú participa de un evento como este. Nunca antes habíamos tenido tal presencia en una feria de arte ni en una ciudad”, afirma.

Para Bryce, la gestión para llegar en buena forma a ARCOmadrid es un tema complejo: “Creo que se están haciendo esfuerzos por todos lados, tanto por parte del Estado como de la empresa privada. Los artistas somos la sustancia de todo, y creo que estamos empezando a mostrar un protagonismo diferente. Pese a los errores que puede haber habido, todos estos esfuerzos han confluido en algo que no puede sino mejorar”, señala optimista el artista famoso por su minucioso trabajo de recopilación y copiado de archivos definido por él como “análisis mimético”.

En el stand de Impakto, dentro de la sección peruana, espectadores observan sorprendidos el ensamblaje de Claudia Martínez Garay. (Foto: Víctor Idrogo)
En el stand de Impakto, dentro de la sección peruana, espectadores observan sorprendidos el ensamblaje de Claudia Martínez Garay. (Foto: Víctor Idrogo)

Conocido por sus declaraciones radicales, esta vez el pintor Herbert Rodríguez comparte también aquella visión positiva. “Hay que darle una oportunidad al Ministerio de Cultura. Creo que es correcto pensar nuestra presencia aquí como la de una selección peruana del arte peruano contemporáneo. Es un conjunto heterogéneo, en el cual puede haber críticas, pero es lo que este puede ofrecer en cuanto a calidad de propuesta. La inclusión de mi obra dice mucho de la tolerancia existente para las visiones más amplias de lo que se entiende por arte. Veo un muy interesante cambio de paradigma. Esto es un aprendizaje: esto es el mercado de arte global y hay que salir a competir”, afirma el artista, quien en el stand de la galería de Henrique Faría presenta series que buscan recuperar la memoria de la violencia de los años 80. Su obra comunica gráficamente lo que él llama su responsabilidad ética frente a este fenómeno.

Por su parte, Miguel Aguirre dice sentirse enormemente satisfecho, como todos los que han participado en la sección Perú de la feria. “Es un pabellón con obras de altísimo nivel”, afirma el pintor, quien terminó colocando una de sus obras textiles en la colección del Pérez Art Museum de Miami. “Mi país libre de maldad, de tiranía, castigo ejemplar a los desalmados rompesueños” es el título de una pieza que recoge testimonios de migrantes venezolanos en el Perú, quienes comparten sus más conmovedores deseos.

FUERA DE ARCOMADRID
El Perú supo sacar provecho de sus siete mil años de historia. Como señala Fietta Jarque, coordinadora del programa paralelo, la oferta de exposiciones en Madrid se desarrolla como un relato que se remonta dos mil años, que va desde el prehispánico y llega al arte contemporáneo. Y en ello, la presencia del MALI, verdadero buque insignia, fue fundamental con sus populares exposiciones dedicadas a Nasca en Espacio Fundación Telefónica y a la revista “Amauta” de Mariátegui en el Centro de Arte Reina Sofía, además de “Amazonías”, notable y múltiple visión del arte vinculado con este espacio geográfico y social, desplegada en el Centro Cultural Matadero. Asimismo, el apoyo de coleccionistas como Jan Mulder, Eduardo Hochschild y la fundación Cisneros Fontanals resultó capital. El Estado, por su parte, se enfocó en el video en la única muestra que corrió por su cuenta: “Video-traslaciones. Miradas por espacios”, brillante puesta en escena del arte definido por las nuevas tecnologías a cargo de Jorge Villacorta y José Carlos Mariátegui.

Entre las imágenes más potentes que nos deja el Perú en ARCOmadrid podríamos citar el Túpac Amaru de los billetes de 50 soles replicado a tinta por Fernando Bryce, impreso a seis columnas en la portada del influyente suplemento “Babelia” del diario “El País”. Se trata de una parte de su investigación última sobre el bicentenario de la independencia. En los muros del Centro Cultural Matadero, ver presentado por el ministro de Cultura el mural kené creado ‘in situ’ por las artistas shipibo-konibas Olinda Silvano y Silvia Ricopa, resultó memorable. Otras poderosas exposiciones: la de Armando Andrade Tudela, en el Centro de Arte 2 de Mayo; la de Raymond Chaves y Gilda Mantilla, en CentroCentro; “Las semillas”, de Jaime Miranda Bambarén, en Conde Duque; y, especialmente, el sutil e impresionante video “Liminal” de Maya Watanabe. Y en el Museo del Prado, por primera vez en la historia, la presentación de una pintura de la Escuela Cusqueña como obra invitada ha generado un profundo cambio en las formas de pensar de la pinacoteca madrileña.

En efecto, “El matrimonio de la ñusta Beatriz”, parte de la pinacoteca del Museo de Osma que en estas semanas dialoga con los óleos de Velásquez, ha roto la prohibición no escrita que impedía la entrada de un cuadro colonial a sus galerías. Pedro Pablo Alayza, director del museo barranquino, ya ha conversado con su par madrileño, Miguel Falomir, para idear proyectos futuros. “Esta apertura era necesaria para comenzar a dialogar de igual a igual, sin dogmas academicistas”, señala Alayza. Por lo pronto, una de esas colaboraciones ya se puede anunciar: ambas instituciones firmarán un convenio para que esta pintura cusqueña, de enorme simbología inca y jesuita, ingrese al área técnica del Prado para ser sometida a análisis espectográficos y radiográficos (equipos que no se disponen en el Perú), que permitirán descubrir los secretos más íntimos del cuadro del siglo XVII, buscando dibujos originales, arrepentimientos o correcciones tardías. “Es un acto generoso por parte del Museo del Prado que nos lleva a pensar en proyectos de otro calibre, incluyendo grandes exposiciones temporales, por ejemplo”, añade.

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