A partir de los negativos de 1940 hallados en La Cachina, la artista desarrolla un proyecto que incluye una mesa de documentos, instalación y libro-objeto.
A partir de los negativos de 1940 hallados en La Cachina, la artista desarrolla un proyecto que incluye una mesa de documentos, instalación y libro-objeto.
Czar Gutiérrez

Desde las famosas Venus paleolíticas (300 mil años de antigüedad) a "La maja desnuda" de Goya (1800), la historia del arte es también una batalla entre el sexo y su representación. Disimulada por las pudorosas hojas de higuera que cubrían los cuadros de Van Eyck, agravada por la prohibición germano-inglesa en el centenario de Egon Schiele, tristemente reactualizada cuando el algoritmo de Facebook deviene en el primer cibercensurador borrando de cada muro "El origen del mundo" de Courbet (1886), icónica pintura admirada por chicos y grandes en el museo parisino de Orsay.

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Ocurre que la exposición anatómicamente cruda de un sexo femenino, despojada de todo artificio literario, gatilla una fascinación igualmente elemental: solo estamos mirando lo que somos. Así, guiado únicamente por su arrebato telúrico, despojado de todo discurso sobre la historia de la sexualidad y sus problemas, en 1940 un peruano de la tercera edad amarra una cuerda al disparador de su cámara fotográfica y autorretrata la sesión sexual que sostiene con su amante.

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El cable atado al disparador aparece en varias tomas cruciales. El hombre jala una y otra vez esa cuerda –suponemos– bajo el rítmico gobierno de la cópula. Ese es el nexo entre el acto y su pupila. Para un producto revelado que muestra a la amante blanda y sometida ante el impetuoso fotógrafo-voyeur que sistematiza cada encuentro y lo convierte en un memorial del deseo: hace listas de los encuentros furtivos, detalla cada avance y arrebato, convierte cada haluro de plata en la prueba tangible de su hazaña.

Quemante bloque de una intimidad perpetuada en 100 negativos de 35 milímetros que deambulaban sin norte en La Cachina, hasta que alguien se las muestra a un viejo anticuario y este, a su vez, a la artista Sonia Cunliffe, quien terminará desarrollando un proyecto tripartito: mesa de documentos, instalación y libro-objeto. La mesa se construye sobre los resortes de un catre de plaza y media que soporta las fotografías de ambos, las cartas que intercambiaron, los collages eróticos de un hombre bañado en feromonas.

La sesión se espía acercándose a cada lupa como si se tratase del ojo de una cerradura. Eso es "Un hombre y una mujer", muestra que se completa con el vello púbico clasificado por el amante. Es decir, exactamente como lo hizo Courbet. Como "Los amantes" de Magritte. Como todo acto que considera al cuerpo humano la mejor obra de arte.

MÁS INFORMACIÓN
Lugar: galería Blanca Soto Arte.
Dirección: Calle de Almaden 13, Madrid, España.
Fechas: del 23 de febrero al 6 de marzo.

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