GONZALO GALARZA CERF

Todavía no descubre el motivo exacto que originó su vínculo con los delfines. Recuerda una escena cuando trabajaba con su padre en la remodelación del edificio Las Gaviotas en La Herradura: “Los vi saltar alegremente en mancha”. En ese momento Richard Miñano quiso ser un centinela: monitorear su paso por el mar peruano. Un pretexto para estar cerca de ellos. Recuerda también un sueño en el que estaba en Agua Dulce y empezaba a ahogarse y venían los delfines a rescatarlo. Se asustó y se despertó con el corazón violento, cuenta. “Me llaman mucho la atención, no sé por qué, no he encontrado la respuesta, siempre me han gustado”, dice acerca de su obra.

La pieza ubicada en la parte central de la sala del Centro Cultural Juan Parra del Riego es la respuesta a ese misterioso vínculo: un delfín que sale de una ola llena de desechos. Todo elaborado con plástico durante cinco meses: 175 botellas de agua de dos litros y medio dan forma a la ola y el material negro, como de computadora, al cetáceo. El resto de la obra está formado por arena y residuos desperdigados que halló en la playa Barranquito y en centros de acopio de reciclaje.

Es la segunda vez que Richard participa en una muestra colectiva de la empresa L.O.O.P. pero es con esta escultura en la colectiva “Lo que el mar esconde” que se siente satisfecho. “Quiero transmitir un mensaje e impulsar a trabajar este tipo de arte y sembrar conciencia. La matanza de los delfines me parece indignante y horrorosa”, dice el egresado de la Escuela de Bellas Artes.

Tras su debut con la temática verde, en el 2012, empezó a obtener reconocimiento en concursos con piezas hechas de botellas de plástico y de arena. Hoy tiene ocho propuestas para participar en favor del ambiente. Las más ambiciosas son el Festival Internacional de Reciclaje Artístico Drap-Art 2014 en Barcelona (aunque necesita auspicio) y un proyecto escultórico como parte de la Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático (COP 20). “Antes no tenía jale, ahora me están llamando galeristas y gestores culturales para que participe”.

SUPERACIÓN Richard no escucha bien, pero lee los labios. Al nacer, hace 43 años, el médico alertó sobre su estado al darle una nalgada.

No reaccionó. Recién a la segunda, dio una señal de vida. Le diagnosticaron hipoacusia neurosensorial bilateral.

“Mi padre se sacrificó mucho para pagar mi colegio. Vendió dos camionetas, sacó a mi hermano del colegio privado y lo puso en uno estatal, nos ayudó a los dos a estudiar”, dice Richard sobre Pablo, chorrillano que terminó de constructor porque se mareaba en alta mar como pescador.

Fue Pablo quien lo llevó dos veces, la segunda con engaños, a la Escuela de Bellas Artes ante la insistencia de una profesora del colegio que vio su potencial: “Tiene oro en las manos”, le dijo. Pero a Richard le asustaban las matemáticas y se negaba a postular. La tercera vez que visitó la escuela, lo hizo por su propio deseo. Postuló y no ingresó. Al año siguiente, en el 2000, ocuparía el puesto 46.

La marca de Greenpeace Dice que una noticia publicada en El Comercio lo llevó a conocer a Greenpeace allá por el año 95. “Desde entonces siempre he soñado con ser miembro de Greenpeace”, recuerda el hombre que empezó allí a involucrarse en lo ambiental. Pero fue recién en el 2004 cuando vio las tendencias en Land Art que pensó en fusionar la creación con lo ecológico. Comenzó a investigar y a leer sobre trabajos como los del Grupo Huayco.

“El arte conceptual me gusta pero es complicado para llegar al público”, agrega el escultor del reciclaje cuyo compromiso va más allá de esta sala: participa en limpiezas de playas, organiza marchas en favor del planeta o por la muerte de animales.

“Sueño con formar un colectivo de artistas que tenga pasión por el arte ecológico, que le guste educar y crear conciencia, que no solo sean artistas sino activistas y agentes de cambio”, revela. Su obra, “La danza de los desechos”, es una manifestación directa de ese intenso y misterioso compromiso.