Un joven caballo se acerca a beber agua y cae en la trampa mortal del breal: petróleo puro en la superficie que atrapa como arena movediza, primero al equino y después al tigre con dientes de sable que llegó pensando en darse un festín. Y también al buitre, y al escarabajo, todo.

Después de 27.000 años, allí siguen, donde el ojo poco entrenado no ve más que un enorme charco de un negro viscoso con pestilentes efluvios de metano burbujeando.

Para un paleontólogo, sin embargo, un breal es más bien la entrada a la cueva de Alí Babá cuyo tesoro no es otra cosa que un ecosistema completo encapsulado en el tiempo, miles de años a la espera de ser desenterrado. Y en Venezuela, país petrolero, abundan.

A la labor de desentrañar los breales se ha dado el venezolano Ascanio Rincón, paleontólogo del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), en Mene de Inciarte, al pie de la sierra Perija en el estado Zulia.

Rincón describe el lugar, caluroso, pringoso y apestoso, como algo muy parecido a asomarse a las puertas del infierno. Pero también como una perfecta ventana para mirar el pasado, su particular mina de oro científica.

Todo el ecosistema está ahí atrapado y preservado en el tiempo, le dijo a BBC Mundo.

En el lugar, a unos 80 km de Maracaibo (oeste), el equipo de investigadores que acompaña a Rincón, cinco estudiantes, desde 1996 apenas ha podido escavar un metro cúbico y han conseguido 6.000 fósiles. Con 1,2 por 0,5 km de breal, tiene trabajo para 300 años.

EL TIGRE DIENTES DE SABLE Inspirado por el llamativo museo instalado en el breal de Rancho de la Brea en Los Ángeles, Estados Unidos, donde los visitantes pueden ver la excavación, Rincón se animó a aprovechar la riqueza hidrocarburífera venezolana para la paleontología.

En noviembre de 1996, mi tutor de pregrado y yo fuimos con un mapa geológico a donde habíamos visto un muy grande depósito de asfalto. Paramos el carro, caminamos diez minutos y vimos un montículo. A simple vista conseguimos dos dientes de un tigre dientes de sable. Fue lo primero, fue eléctrico, amor a primera vista y nos lanzamos a excavar, recuerda sin poder ocultar su entusiasmo.

El hallazgo estaba en un montículo acumulado por una excavación durante las primeras prospecciones de petróleo en Venezuela, allá por 1914.

Lo primero que describimos fue el tigre de dientes de sable, el emblemático, lo que iba a pagar nuestras cuentas porque la gente prefiere los carnívoros gigantes que meten miedo, el muchacho de la película, a los ratones, explica el paleontólogo.

Yo estudio ratones, pero no consigo financiación. Entonces, el tigre pagó las cuentas de los ratones, comenta Rincón, divertido, en su laboratorio del IVIC, a las afueras de Caracas.

Allí, en poco más de 20 metros cuadrados, entre fósiles de todo tipo, el investigador muestra su entusiasmo con el yacimiento y con sus hallazgos. Además del tigre, presume de un enorme fémur de un mastodonte.

EL BREAL El breal, que tanto abunda en Venezuela, es una emanación natural de hidrocarburos desde las profundidades a través de fracturas o poros. Una filtración que forma lagunas de petróleo.

Bajo el tórrido sol venezolano, el breal de Mene de Inciarte, al pie de la sierra Perija en el estado Zulia, resulta algo muy parecido a las puertas del infierno.

El lugar es la pequeña mina de oro de este científico y su equipo: Es un gran sumidero de animales. Toda la cadena trófica queda ahí para la interpretación del paleontólogo, cuenta.

Es adhesivo, todo lo que pasa, potencialmente, puede quedar adherido y el animal puede morir por inanición o sofocamiento, agrega.

Atrapados se encuentran sobre todo animales jóvenes, más inexpertos, víctimas propiciatorias de la trampa pegajosa del crudo, que al ser impermeable acumula agua y se convierte en un bebedero mortal.

Además del de Mene de Inciarte, otro importante yacimiento de este tipo en Venezuela es el de Orocual, en el estado Monagas, cuya investigación cuenta con el aval del Pdvsa La Estancia, el brazo cultural de la petrolera estatal.

Es mucho más antiguo, tiene 2,5 millones de años, nos acerca más al momento en que la fauna de Norteamérica ingresa a Sudamérica, que durante 65 millones de años fue una isla, dice.

El Mene de Inciarte nos acerca a la última Edad de Hielo. Juntos son dos grandes panorámicas sobre el origen de los ecosistemas sudamericanos.

EDAD DEL HIELO Asomándonos a la Edad del Hielo a través del breal de Mene de Inciarte, lo primero que llama la atención es la megafauna: animales enormes, como armadillos del tamaño de un automóvil que crecían tanto por carecer de depredadores.

Pero además había animales muy pequeños y, prestando algo más de atención, se podría apreciar la enorme diversidad de aves.

Las aves cuentan una historia muy particular, algunas estaban asociadas a esa megafauna, limpiándolos, como en las sabanas africanas, en relación de simbiosis, explica Rincón.

Pero además, al encontrar molares de porcinos de monte, se puede pensar que en la zona había, junto a animales propios de la sabana, otros más de bosque.

Tenemos una suerte de ecosistema de mosaico, sabana grande con parques de árboles, lo que coincide con la hipótesis del final del pulso glacial, explica el paleontólogo.

En el lugar han descubierto ya cinco grandes carnívoros: el tigre dientes de sable, dos lobos, un zorro gris carroñero y un cánido que está por identificar. Además, una gran gama de herbívoros, micromamíferos y pájaros muy pequeños, cuenta.

Y la vida sigue y todavía quedan atrapados animales, insectos y hace no mucho hasta una lechuza.