"Una manito para el Real Madrid", por Jerónimo Pimentel. (Foto: AFP)
"Una manito para el Real Madrid", por Jerónimo Pimentel. (Foto: AFP)
Redacción DT

Los derbies no solo sirven para constatar el estado de ciertas rivalidades y medir su poder futbolístico, sino para valorar su evolución en perspectiva. El clásico español ha dejado algunos sabores y otras amarguras: mientras que el Barza, aun sin Messi, es capaz de encontrar los rudimentos de juego suficientes para liquidar a su rival; el Real Madrid se ha negado a sí mismo la posibilidad de sacar alguna lección de las temporadas que pasaron por ahí Zidane o Ancelotti.

Es innegable el bajón de Pep Guardiola a Ernesto Valverde, pero aun así es posible identificar en los azulgranas algunos fundamentos comunes: presión alta, recuperación del balón, posesión. Del Madrid, en cambio, no es posible rescatar nada de Mourinho a Lopetegui. Desprovisto de Cristiano Ronaldo, los merengues carecen de un punto de referencia que ordene su dinámica ofensiva.

Kroos, Casemiro y Modric no son capaces de identificar los desplazamientos de Bale ni Benzema, mientras que Nacho se ve continuamente superado y luce perdido en el juego. Un indicador del desastre madridista es que Marcelo, por talento y nacionalidad, esté forzado a ser su atacante más peligroso; sin él, los blancos exudan orfandad.

Solo cuando el Barcelona bajó los brazos al inicio del segundo tiempo el encuentro tuvo paridad, pero fue un equilibrio hacia abajo: se equipararon negativamente.

La contundencia de Suárez devolvió el partido a su curso natural y evidenció las pobres costuras con las que está tejido el equipo de Florentino Pérez. Esta pobreza no es de talento, es mucho más grave: es una indigencia ideológica, actitudinal, idiosincrásica.

En el nivel al que está acostumbrado el Real Madrid, esto se paga caro y con bochornos. Una corriente motivacional proveniente de Silicon Valley, muy compartida por los millenials, tiende a ensalzar el fracaso como método creativo. Sin llegar a discutir este programa de autoayuda se puede hacer un matiz: de las derrotas se pueden sacar lecciones; de las humillaciones, no.

El impostergable despido del entrenador vasco no será tampoco una solución, pues la identificación de un chivo expiatorio solo singulariza el fracaso, no lo explica ni lo corrige. Las soluciones evidentes no existen, y así estuvieran a mano serían difíciles de recomendar a un club signado por la impaciencia y el exitismo.

Quizás el pragmatismo conservador de Conte se adecúe mejor a la necesidad de Pérez que la propuesta programática de Wenger, cuya experiencia en el Arsenal está más vinculada a un fútbol principista y obstinado, que a ser un extintor de incendios. La desesperación es una mala consejera. 

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