Mario Fernández

El caso Lobatón relata cómo un club y su ídolo no se ponen de acuerdo en fijarle una fecha de adiós al futbolista, pero también del derecho de un crack (Lobatón lo es) a repensar él mismo cuándo cuelga las botas.

Lobatón a los 40 no es el mismo de los 30, pero es más que varios veinteañeros. De hecho, cuando Sporting Cristal se jugaba el éxito de su año ante Alianza y su pase directo a la zona de grupos de copa en la segunda semifinal, el técnico Barreto lo puso de titular ¡Hace dos semanas! Tan al borde la jubilación está claro que no lo veía.

Al club le cabía la opción de recordarle el supuesto pacto para retirarlo en enero del 2020 pero a Lobatón le asiste la posibilidad de evaluar si su pegada sigue firme y si su físico todavía le da para más fútbol.

Hablamos de un pentacampeón local que ha sido exitoso seleccionado, parte de las eliminatorias en las que fuimos a un Mundial y doble bronce, con Markarián y Gareca, en copa América. Es, con el perdón del Mudo Rodríguez, el jugador más importante de Cristal en este siglo.

Y el único del plantel actual que podía entrar en el once de todos los tiempos celeste. El encargado de la gerencia no negociaba este tema con un jugador promedio sino con un futbolista-franquicia, formado en la institución, que ha hecho por el club mucho más que casi toda la directiva, y en esa línea cabía volver a escucharlo y repensar los plazos.

Que no haya habido solución conjunta (y que Lobatón se haya despedido por su cuenta) ha golpeado fuertemente el branding de una marca que tenía con Carlos la obligación de ser prolija. Hay jugadores y futbolistas. Hay futbolistas y cracks. Estos últimos son aquellos por los que uno va al estadio. Aquellos que movilizan al padre a contarle al hijo por qué y para que se juega a la pelota.

Lobatón era (es) de ese tipo de cracks. Con su ida, digamos forzada, Cristal pierde bastante más que al ejecutor de sus tiros libres.

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