Neymar, estrella y futbolista referente de Brasil; ausente por una lesión en el tobillo. (Foto: AFP)
Neymar, estrella y futbolista referente de Brasil; ausente por una lesión en el tobillo. (Foto: AFP)
Jorge Barraza

Hasta que no se invente algo verdaderamente nuevo, revolucionario, las fiestas inaugurales de los torneos pasarán así, de largo, casi inadvertidas, más una formalidad que un atractivo, con el público entre la indiferencia y las permanentes consultas al celular. Esta de Brasil 2019 no fue muy distinta de otras docenas anteriores, en Sudamérica y alrededores: flojona, insípida. Una gran mescolanza de gimnastas, bailarines de cada país, fragmentos de músicas y danzas nacionales, fuegos de artificio, haces de luz en medio de la oscuridad, las banderas de cada país, niños con las camisetas de las selecciones… Lo habitual. No emocionan. Lo bueno es que fue breve: diez minutitos. Y que ya no hay discursos (para evitar una chiflada, la gente abuchea a todo el que represente la autoridad).

Luego nos frotamos las manos esperando que el bautismo futbolero superara ampliamente a la ceremonia. Pero Brasil-Bolivia fue tibiecito, como una prolongación de los cantos regionales. El resultado -Brasil 3 a 0- fue más elocuente que el juego. Convengamos, ante todo, que se trataba del primer partido para ambos, que la de Bolivia es una selección completamente nueva en técnico y jugadores, incluso en dirigencia. Y que en Brasil faltaba Neymar. Es posible que ambos calienten motores en el decurso de la Copa. Bolivia aguantó por 50 minutos el cero en su arco. Meritorio considerando su inocultable modestia. Tiene apenas tres futbolistas actuando en el exterior: Chumacero y Haquín en México, y Marcelo Martins en China. Siempre, en todos los sorteos, se pone a Bolivia en el grupo A del anfitrión (a quien le facilitan la vida) y a jugar el partido de apertura, para que el local vaya saciando el apetito. Pero Bolivia les ha dado para que tengan a más de uno: Igualó con Paraguay 0-0 en 1999, 2-2 con Perú en 2004, 2-2 también con Venezuela en 2007 y 1-1 con Argentina en 2011. Ya en 1953, en Lima, lo pusieron levantando el telón ante Perú y le ganó 1 a 0, arruinándole la fiesta.

Neymar será la gran ausencia de Brasil para la Copa América. El delantero del PSG sufrió una lesión ante Qatar. (Foto: EFE)
Neymar será la gran ausencia de Brasil para la Copa América. El delantero del PSG sufrió una lesión ante Qatar. (Foto: EFE)

Curiosamente, por tratarse del debut de Brasil, siendo local y amplio favorito, el Morumbí de San Pablo distó mucho de llenarse: se vendieron 46.342 entradas, siendo la capacidad del estadio de 66.795, o sea un 69% de ocupación. No obstante, se alcanzó la taquilla máxima de un partido en Brasil en toda la historia: 5.822.961 dólares. ¿La explicación…? El promedio de cada boleto fue de 125,61 dólares. Salado…

No hubo bailes típicos en la apertura. Fue un encuentro discretísimo entre la obligación de ganar (Brasil) y la necesidad de no perder (Bolivia). El dominio y la insistencia lógica de Brasil para abrir el marcador, aunque sin lucimiento, sin jugadas dignas de mención ni un andamiaje que impactara. Bolivia sofocó, desde luego, tres o cuatro principios de incendio. Y sobre los 30 minutos ya se aplacó Brasil y fue menos asfixiante su ímpetu.

Los hinchas se guardaron los silbidos de los discursos para el final del primer tiempo. Brasil se retiró abucheado. Fue muy descafeinado lo suyo. El VAR puso calma. Una mano indiscutible, que no había visto el ampuloso juez Pitana, sí la registró la cabina. Se dio el penal (correcto, era mano) y ahí comenzó la burocrática victoria brasileña. A propósito: ¿en qué andan los odiadores del VAR…?

Tite arrancó la Copa dando oportunidad a Richarlison y Neres, quienes destacaron esta temporada en el Everton y en el Ajax respectivamente. Acompañaron a Firmino en ataque. Richarlison un delantero rápido y con buena definición, y Neres un habilidoso que abre brechas por las puntas. No lucieron. En cambio, apareció Everton, el punta de Gremio, autor de un golazo que maquilló el triunfo de Brasil y mejoró la noche en general. Se vino de izquierda a derecha gambeteando y, ya casi frontal al arco, sacó un disparo alto, pegado al segundo palo, imposible para Lampe.

No sería justo concluir el comentario sin una mención a tres elementos bolivianos: su número 14, Raúl Castro, un espigado volante que sabe con la pelota y la sostiene; resolvió una situación de apremio con alta clase, salió jugando del área con un caño precioso a Casemiro, seguramente la acción más bonita de la noche junto al gol de Everton. El 22, Adrián Jusino, a quien le cobraron el penal por mano, que se cansó de sacar pelotas en su área, y el arquero Carlos Lampe, siempre eficiente y con buena presencia de ánimo para afrontar estos compromisos. En manos de Eduardo Villegas, si le dan tiempo, seguro Bolivia progresará. Ante Brasil no podía hacer otra cosa que aguantar el vendaval de los primeros minutos y luego tratar de adelantarse en el campo. Lo estaba haciendo bien hasta que esa mano involuntaria de Jusino desvió apenas un centrito de Richarlison y ahí terminó la resistencia boliviana. Coutinho ejecutó muy bien y le dio el primer gol a la 46ª. Copa América. Tres minutos después, el mismo Coutinho, fantasmal en el Barcelona, marcó un segundo tanto, esta vez de cabeza. Sólo tuvo que empujar debajo del arco un centro de Firmino.

Un partido no explica el torneo entero, ni define a un equipo. Hay, sin embargo, una primera lectura: sin Neymar, Brasil es muy terrenal. El rey del marketing y las redes sociales es también un crack del fútbol. Su gambeta, su frontalidad, su osadía, generan un contagio en sus compañeros, tribulaciones en el rival y una electricidad en el espectáculo. Sin él hay más seriedad en la delegación, pero menos recursos en el campo.

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