“Desborde (de la) popular”. (Foto: AFP)
“Desborde (de la) popular”. (Foto: AFP)
/ HENRY ROMERO
Jerónimo Pimentel

Quienes creen que el fútbol es una expresión aislada de la sociedad que la cobija asépticamente tuvieron el domingo un chasco: la suspensión del clásico más importante del mundo, aquel que enfrenta al Barcelona con el Real Madrid. Las condiciones que se viven en Cataluña por el proceso independentista, así como la convulsión ocurrida luego del fallo del juez Marchena contra los instigadores de la secesión, hicieron insostenible que la pelota ruede en el Camp Nou. No debe haber ayudado que el club blaugrana se pronuncie políticamente, algo que es extraño incluso en Sudamérica, pero es evidente que no se puede armar una fiesta deportiva mientras una ciudad arde. El fútbol es solo una manifestación más de un tramado cultural vivo y cambiante que se exterioriza de distintas maneras, pero el tejido social que lo permite es el mismo que posibilita una idea, una ideología o un arte.

En Chile ha ocurrido algo parecido, aunque con un cariz distinto: las barras organizadas de los principales clubes de ese país (Colo Colo, Universidad de Chile y Universidad Católica) marcharon juntas en las gigantescas protestas que han tomado las calles de Santiago y del resto de ciudades al sur de Tacna. Es impensable imaginar qué causa sería capaz de unir a la Trinchera Norte con el Comando Sur en estas tierras sin que se maten, pero para tener una noción de cuán profundo es el nervio que ha irritado a la sociedad chilena se puede tener como pista que ha superado en gravedad y arraigo a la filia identitaria, en el sentido común latinoamericano, un amor más asentado incluso que el romántico.

¿Qué lecciones podemos aprender de estos acontecimientos?

La primera, quizás más académica, implicaría repensar la relación entre fútbol y política de una manera más asociada, quizás a la manera de lo que hizo Steve Stein con Alianza Lima en su clásico ‘Lima obrera’. Tanto el proyecto militarista modernizador de Odría como la dictadura nacionalista de Velasco y el autoritarismo privatizador de Fujimori ameritan una revisión de sus efectos en el balompié. No es posible dejar de mencionar que la crisis de la democracia peruana en este siglo y los efectos de la corrupción de sus instituciones parece tener un espejo perfecto en el declive de los dos clubes más emblemáticos del fútbol peruano, hoy intervenidos y endeudados, así como en su dirigencia federativa, cuyos problemas morales son literalmente los mismos que los de la clase política.

La segunda lección es una advertencia. Tensar y abusar de la paciencia ciudadana es siempre un ejercicio peligroso. El fútbol, tradicionalmente usado para lavados de cara y otras operaciones dudosas de populismo y relaciones públicas, es especialmente sensible a la instrumentalización y a las agendas subalternas. Así como no es descabellado pensar que la manera en la que la sociedad peruana superará su crisis de representatividad va a dar una pista de cómo Universitario, Alianza Lima y Sporting Cristal se reinventarán en los próximos años, es probable que el fracaso de nuestro sistema pueda poner en cuestión la legitimidad de las deudas heredadas, la conducción de las administraciones temporales y la venta de una insignia entendida como sociedad anónima.


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