Ricardo Montoya

Mañana no es un domingo cualquiera para Manuel Barreto. Él tiene conciencia de que el desenlace de esta serie contra Alianza Lima puede significar un espaldarazo o un estigma en su joven carrera profesional. No es común que a los 37 años un director técnico peruano enfrente desafíos de tamaña magnitud. Así que, aunque la directiva bajopontina le haya renovado la confianza para la próxima temporada, él sabe perfectamente cuánto pesa la resolución de esta semifinal para afianzarse como timonel celeste.

El antecedente inmediato de un mano a mano a dos partidos entre rimenses y blanquiazules data del año pasado, cuando sin mayores sobresaltos el equipo de Mario Salas resolvió la disputa a su favor. Ese Sporting Cristal campeón era el de Gabriel Costa, Marcos López y Emanuel Herrera en plenitud. Un plantel abundante en virtudes técnicas, con variantes ofensivas interesantes y con un alto porcentaje de eficacia goleadora.

Se trataba también, aunque tuviese el mismo técnico, de otro Alianza Lima. La nómina era menor en calidad y recambio respecto de esta del 2019. Hace un año, Cristal era justificadamente favorito. Esta vez no. Hoy existe paridad de fuerzas.

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Como si vinieran de una noche de amor intenso los íntimos, a partir de los últimos resultados han robustecido su confianza. No solo descontaron una diferencia de cinco puntos en su camino hacia la obtención del Torneo Clausura, sino que, además, superaron un fixture espinoso que involucró visitas a Arequipa, Juliaca y Moyobamba. La prédica de Pablo Bengoechea, viejo zorro en lo táctico dentro de la cancha y en lo dialéctico fuera de ella, surtió efecto, y Alianza, más allá de sus fragilidades defensivas, ha encontrado la convicción de los grupos solidarios. Además, exhibe vértigo, pelota parada, juego aéreo y la osadía transgresora de Kevin Quevedo para herir a sus rivales.

Cristal, en cambio, es un equipo que juega mucho mejor de lo que dicen sus números. Los celestes se apoderan del balón, lo cuidan y trasladan su dominio al campo enemigo. Hacen presión alta, transiciones veloces y desbordan por las bandas. Barreto trata de que el equipo recupere la pelota rápido e intente agredir al oponente cuanto antes. Es una escuadra vertical, en la que el sistema procura que Horacio Calcaterra, de excelente campeonato, gobierne y distribuya a voluntad en la mitad del terreno. Por la lucidez del rosarino y el liderazgo inteligente de Jorge Cazulo pasan las mejores posibilidades cerveceras. Las dudas de Barreto están en el arco: Patricio Álvarez, el titular habitual, ha alternado atajadas notables con errores costosos. Su sucesor en Arequipa, Renato Solís, lo hizo de forma sobresaliente, pero se trata todavía de un golero con escasos partidos en la alta competencia. Mañana veremos por quién se la juega.

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Barreto está ante la posibilidad de demostrar que la capacidad supera a la experiencia. Y ante el enorme reto de reivindicar su estilo de juego y de erigirse de una vez como un técnico del presente, y no uno al que hay que esperar a que madure. Del otro lado, la sapiencia y el oficio de Bengoechea tratarán de postergar su ascenso. Que sea una fiesta. Que gane el mejor.

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