"Solo hay un Arsène Wenger", por Jerónimo Pimentel
"Solo hay un Arsène Wenger", por Jerónimo Pimentel
Jerónimo Pimentel

Con el retiro de de la Premier League termina una época. ¿Cuál? Una híbrida, de transición, en la que el dinero era importantísimo (de lo mejor que hizo el francés fue contratar), aunque se esperaba que este fuera autogenerado por la dinámica capitalista regular del fútbol. La convicción en esa profesionalización lo separó de los resabios amateurs del fútbol británico ochentero, desprolijo económicamente y voluntarista en todo lo que giraba alrededor de la cancha (preparación, fichaje, contratos, instalaciones, medicina deportiva), a la vez que lo convirtió, en la última década, en un fósil de la era actual, en la que el poderío de clubes se mide por las fortunas extradeportivas y la disposición que tienen magnates ajenos a invertir en su afición.

Su aparición en 1996 fue fulgurante en la Premier League, en tanto esta competición se sostenía en los restos de la excepcionalidad británica, el supuesto de que el sistema futbolístico de las islas era autónomo y podía mantenerse así sin dejar de ser competitivo. Wenger fue el quinto extranjero no británico en entrenar en Inglaterra, aunque todos los anteriores fueron efímeros (Voglos, Ardiles, Gullit, Vialli). El profesor no. Transformó al club del norte de Londres, desde la alimentación hasta el estadio, pero sobre todo cambió la manera de jugar al fútbol. Baste algunos minutos en You Tube o, para el interesado, leer ‘Fiebre en las gradas’ de Nick Hornby, para percatarse de cómo el “Boring Arsenal” pasó a ser “La orquesta sinfónica de Londres”.

Wenger heredó un fútbol construido sobre el 4-4-2 y el ollazo al área ajena y dejó un espectáculo ofensivo basado en el pase y la progresión. Ganó el doblete en su primera temporada completa y coronó la gesta obteniendo la liga de manera invicta en el curso 2003-04. Este logro, inalcanzable incluso para Ferguson, Mourinho y Guardiola, es uno de sus legados más importantes; los otros solo se pueden atisbar desde la estadística: es el DT que más dirigió (823 encuentros a la fecha), sus equipos anotaron más de 2.200 goles en esos partidos y su cosecha de platería es mayor a la conseguida por el club en sus 110 años previos de vida.

¿Errores? Muchos. El principal es no haber sabido retirarse ni entender que su posición en el Arsenal, dominante y absolutista, terminó siendo un escollo que impidió una nueva renovación que hubiera permitido al club competir en el lugar en el que él lo había dejado. Sus equipos perdieron tensión y consistencia, lo que les restó competitividad. De esta forma el sistema que se había construido para ser una máquina hermosa pasó a practicar un fútbol preciosista, pero retórico y muchas veces débil e ineficaz. El Arsenal, de ser un club top de Europa capaz de arrebatarle estrellas a los mejores, pasó a ser una instancia media que, los verdaderos cracks, utilizan solo como trampolín para tentar mejores escuadras.

Nada de esto le resta méritos a lo hecho por “El Profesor”, solo lo revela humano.

Wenger, en su última temporada, aún tiene la oportunidad de retirarse en aroma de gloria: obtener la Europa League. Su leyenda no está en juego, pero sí la posibilidad de tener un final dulce. Luego Arsène deberá pensar a qué dedicará su tiempo libre. Y el Arsenal tendrá que emprender la complicada travesía de encontrar a un entrenador que se encargue de construir sobre los cimientos que su predecesor ha dejado.

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