Chile perdió 1-0 ante Alemania en la final de la Copa Confederaciones y se tuvo que conformar con el segundo puesto. (Foto: Reuters)
Chile perdió 1-0 ante Alemania en la final de la Copa Confederaciones y se tuvo que conformar con el segundo puesto. (Foto: Reuters)
Guillermo Oshiro Uchima

La derrota ante Alemania en la reciente final de la no cambia mi opinión sobre : sigue teniendo la mejor expresión futbolística de Sudamérica. Desde su participación en el Mundial Sudáfrica 2010, con Marcelo Bielsa como cabeza del proceso, ninguna selección creció tanto ni se sostuvo en gran nivel en el tiempo como la Roja. Salvo con Claudio Borghi, Chile mantuvo una identidad de juego que perdura –con jugadores que saben ejercer su protagonismo en la cancha– y lo traduce en el resultado como buen rey de América que es.

En Rusia vimos a un equipo maduro, repotenciado respecto de la escuadra que dirigía Jorge Sampaoli, con futbolistas que exhiben un nivel superlativo, incluso mejor al que ofrecen en sus propios clubes; juegan de memoria, con un libreto que les funciona y que sienten con naturalidad, como si estuviese insertado ya en su ADN.

Juan Antonio Pizzi fue práctico en ese sentido. Mantuvo la base de una generación ganadora y solo retocó al equipo con la inserción de un par de piezas que no modificó el estilo, más bien reforzó la identidad de una selección que desarrolla su fútbol en piloto automático.

Pero más allá de pelear tres títulos en los últimos años, Pizzi se encuentra con un par de problemas que deberá resolver si no quiere que la Roja empiece su curva descendente. Y no existe nada mejor que mirarse en el espejo de Alemania, precisamente su verdugo en la Copa Confederaciones.

El proyecto germano se traduce en presente y futuro. Su equipo B en la Copa Confederaciones y el título conseguido en la Euro Sub 21 dan cuenta de su excelente maquinaria futbolística, que les permite mantener su estatus de potencia pensando siempre en la producción permanente de jugadores. A ello debe apuntar hoy Chile.

Recordemos que seis jugadores de su columna vertebral tienen 30 años o más: Claudio Bravo (34), Gonzalo Jara (31), Jean Beausejour (33), Marcelo Díaz (30), Arturo Vidal (30) y Pedro Pablo Hernández (30), mientras que la otra mitad tiene un trajín importante: Mauricio Isla (29), Gary Medel (29), Charles Aránguiz (28), Alexis Sánchez (28) y Eduardo Vargas (27). Considerando que para los exigentes estándares del juego chileno se requiere de un físico impecable, se tendrá que pensar que en un corto plazo las piernas no podrán ir al ritmo de lo que dicta el corazón. Necesita oxigenar su selección de mayores con gente nueva, darle frescura a su propuesta futbolística.

La otra tarea pendiente de Pizzi tiene que ver con la disciplina de sus jugadores. Si bien sus vitrinas ahora son adornadas por dos Copas América, la mentalidad ganadora no debe confundirse con soberbia, algo que normalmente se traduce en matonería. Ser dos veces campeón de América no se demuestra pechando, golpeando o insultando a los rivales. A eso no se le llama garra.

Vidal y Medel ya demostraron que son excelentes jugadores y no necesitan de las malas prácticas para demostrarlo. El codazo de Jara al alemán Timo Werner va más allá de cualquier bravuconada. El prontuario del zaguero es tan amplio que la FIFA debería ejercer su función disciplinaria con una sanción drástica. Esa jugada desleal no fue producto del fragor de una final, así como tampoco lo fue su ya recordada acción antideportiva contra Edinson Cavani. Simplemente lo suyo es juego sucio.

La Roja conoce bien el camino al éxito. Ahora deberá aprender, como todos, que el fútbol debe pensarse en presente pero también en futuro, como otra vez nos enseñó Alemania.

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