“El estrepitoso desenlace de uno de los técnicos con más futuro en Europa debe servir como lección en tiempos en los que el mercado del fútbol es una acelerada bolsa de valores”. (Foto: EFE)
“El estrepitoso desenlace de uno de los técnicos con más futuro en Europa debe servir como lección en tiempos en los que el mercado del fútbol es una acelerada bolsa de valores”. (Foto: EFE)
Pedro Canelo

Moscú se iluminó muy temprano la mañana del 13 de junio del 2018, solo faltaban 24 horas para la inauguración del Mundial y en los pasillos de prensa del estadio Luzhniki la temperatura aumentaba al compás de un rumor muy caliente. “Van a despedir a Lopetegui”, repiten todos los periodistas de esta gigante sala de prensa. Faltaban pocos minutos para que se inicie el reconocimiento de campo de la selección de Arabia Saudí y las miradas de los reporteros se trasladaron a una distancia de 1.300 kilómetros. En Krasnodar, donde concentraba la selección española, el primer eliminado de la Copa del Mundo era Julen Lopetegui. Cuatro meses después, este técnico ibérico convirtió su principal deseo en una amarga condena. Quiso dar el gran salto y tropezó con la valla de sus ambiciones.

En el momento de analizar reacciones en el fútbol no podemos perder de vista una variable importante: el resultado. Cuando fue despedido Lopetegui en Rusia –lejos de cualquier reflexión sobre el apuro en firmar por el Madrid–, la inquietud en España pasaba por quedarse sin entrenador en un torneo donde aparecían como favoritos después de acumular dos años invictos. Cien días después, la sentencia es unánime. Julen, como el Madrid ante el Barza el último domingo, se quedó sin defensas.

El tiempo va acomodando en su sitio la, por aquel entonces polémica, decisión del presidente de la Real Federación Española, Luis Rubiales. Si en junio este directivo fue calificado como excesivo, hoy va creciendo el elogio a su firmeza. Es fácil decirlo ahora, pero lo de Julen Lopetegui fue una falta ética donde pesó la ambición personal antes que un objetivo colectivo.

Si uno de los sueños de Lopetegui era volver al Real Madrid, donde solo pudo ocupar plaza de tercer arquero como jugador, lo más saludable era que frene cualquier negociación, mientras competía en el Mundial. Era cuestión de esperar cuatro semanas más, explicarle esas razones morales a Florentino Pérez y sellar el acuerdo de caballeros para conversar en el retorno de Rusia. Lopetegui hizo todo al revés. Como el arquero que fue, quiso atrapar el balón de la fortuna y al final selló el más doloroso autogol de la temporada.

Un manual de conducta, para estas situaciones de éxito, fue lo que hizo Ricardo Gareca hace dos meses. Después de clasificar al Mundial, el técnico de la selección peruana repitió que solo iba a evaluar posibilidades de dirigir a otro equipo cuando se encuentre sin trabajo. Eso ocurrió en julio, Gareca –quien nunca ha negado su deseo de dirigir a la selección de su país– regresó a Argentina, pidió un tiempo a la Federación Peruana de Fútbol y –luego de confirmar que no era prioridad para la AFA– regresó para renovar. Hoy mantiene su estatus en el Perú y hasta ha sido considerado entre las 50 personas más poderosas del país (encuesta de “Semana Económica”).

El estrepitoso desenlace de uno de los técnicos con más futuro en Europa debe servir como lección en tiempos en los que el mercado del fútbol es una acelerada bolsa de valores. Si Lopetegui era el auténtico elegido en Madrid, lo hubieran esperado un mes más. Cuando el Barcelona festejaba cada gol, Florentino Pérez digitaba su móvil en busca del próximo entrenador. Es el ‘boomerang’ de la deslealtad deportiva. Lopetegui quiso ser Real antes de tiempo. Hoy prácticamente no existe.

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