(Foto: AFP)
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Jorge Barraza

No pasa un solo día -ni pasará-, sin que Antonin Panenka reciba el homenaje de todos los futbolistas de la tierra. En cualquier cancha del mundo, en la final más esperada o en un partidito barrial, en un juego de futsal o en el patio de un colegio, alguien en este mismo instante está intentando hacer un gol “a lo Panenka”. Futbolísticamente, Antonin estaba lejos, a kilómetros de Messi, Pelé o Maradona, él fue sólo un aceptable centrocampista del Bohemians de Praga; no obstante merece toda nuestra admiración. Su originalidad y valentía tienen un lugar destacado en la historia de esta pasión llamada fútbol.

“Un Panenka” es ejecutar un penal amagándole al arquero patear fuerte a un lado y tocar suavemente abajo el balón hacia el medio, picándolo o de vaselina, como se dice. Es un delicado engaño que los hinchas celebran ruidosamente; también muy peligroso, el arquero puede quedarse parado y taparlo sin el menor esfuerzo. El ejecutor se expone a un papelón mayúsculo y a la ira de sus parciales. Una apuesta a todo o nada. Antonin fue el creador y eligió un escenario de lujo para patentarlo: la final de la Eurocopa de 1976, el 20 de junio de ese año.

Cuando Chequia y Eslovaquia aún componían una sola unidad política conocida como Checoslovaquia, lograron una proeza: vencer a la Holanda del Fútbol Total en semifinales y al campeón mundial Alemania en la final. Ambas potencias atravesaban su máximo esplendor. Holanda alistó a Cruyff, Neeskens, Krol, Van Hanegem, Johnny Rep, Rensenbrink, Willy van de Kerkhof. Los checoslovacos le ganaron 3 a 1. En el choque por el título, los eslavos vencían 2-0, pero, fiel a su costumbre, Alemania igualó 2-2 en el último minuto con gol de Holzenbein. Fueron necesarios alargue y penales para decidir el campeón.

En los doce pasos (curiosamente Beckenbauer no ejecutó ninguno), Uli Höeness, actual presidente del Bayern Munich, falló el cuarto remate alemán: “Quise pegarle fuerte y a una punta, pero se me fue alto”, recuerda Uli. Todo quedó supeditado a los pies del desconocido Antonin Panenka y a las manos del famoso Sepp Maier. En ese último disparo, con la tensión al límite y el trofeo esperando en qué brazos caería, el checo tomó la pasmosa determinación de hacerlo a su modo, como lo venía practicando. “No estaba seguro de marcar al cien por cien, estaba seguro de hacerlo al mil por cien. Sabía que ningún arquero tendría la valentía de quedarse parado en la línea en una instancia así”, recuerda el héroe. Y lo hizo: tomó rauda carrera, insinuó que sacaría un cañonazo a la derecha, Maier se arrojó con todo hacia ese palo y la bola entró mansamente por el medio del arco. Checoslovaquia campeón, Panenka genial. En ese interminable tratado de cómo ejecutar un penal que reúne miles de folios, acababa de agregar un capítulo de oro: una nueva forma de ejecución.

“Mis compañeros no querían que lo hiciera, sabían que podía llegar a patearlo así, porque lo había hecho en algunos partidos amistosos y de liga, pero en el extranjero nadie estaba enterado de esto”, relata Panenka. “Incluso el arquero Ivo Viktor, con quien compartíamos el cuarto, me dijo que si me atrevía a tirar el penal a mi manera en un partido tan serio no me dejaría volver a entrar en la habitación. Pero el técnico (Václav Ježek) me respaldó: ‘Mira, haz lo que tu quieras, depende de ti’. Menos mal que salió bien, Si hubiera fallado aquel penal, no me habrían dejado seguir en el fútbol. Incluso supe que el régimen comunista me habría acusado de deshonra a la patria. Y ahora sería tornero”.

Le tocó vivir la época más dura tras la Cortina de Hierro impuesta por la Unión Soviética. “Aunque los futbolistas podíamos viajar a occidente, algo muy complicado para el resto de la población”, confiesa. Sin embargo, en cada viaje los acompañaba un comisario político que los vigilaba e informaba de todo al régimen. “En Checoslovaquia la vida del futbolista estaba bastante restringida: teníamos prohibido fumar, beber alcohol, comer fuerte y practicar sexo desde tres días antes de cada partido. Recuerdo una vez, cuando tenía 31 años, ya casi al final de mi carrera, que fui a un restaurante con mi mujer y mis hijos. Me pedí una cerveza, pero me vio el entrenador y me multaron con 2.000 coronas: fue la cerveza más cara de mi vida, y eso que ni siquiera me la terminé”.

Otro 20 de junio, a 35 años de aquel suceso, un grupo de periodistas, fotógrafos, diseñadores e ilustradores españoles decidió crear una revista de fútbol y ponerle Panenka, para lo cual el director Aitor Lagunas viajó a Praga a entrevistarlo (un delicioso mano a mano) y pedirle autorización para utilizar su nombre. El permiso llegó al instante y de la manera más sencilla: “Adelante, no hay problema”. Hoy, Panenka es seguramente el magazín más prestigioso de habla hispana en su género. Este mes cumple ocho años. Y la primera portada fue Antonin con la camiseta albiverde (como la de Atlético Nacional, Banfield o el Betis) del Bohemians, el club de su vida, del que es presidente honorario.

“Pelé dijo que sólo un loco o un genio podía lanzar un penalti así. ¿No se le pasó por la cabeza cómo podía quedar si fallaba y Checoslovaquia perdía?”, le preguntó Aitor Lagunas. “No me considero ni loco ni genio. No se me pasó por la cabeza porque estaba convencido al mil por ciento”.

¿Que cómo un científico crea una vacuna que prolonga la vida humana y nadie se entera y este sujeto es motivo de tantas alabanzas por un inventar un penal…? Es el poder casi brutal del fútbol. Antonin era en ese instante el centro de millones de miradas, el depositario de la fe de un pueblo que vería con regocijo tumbar a esa Alemania que los invadió y pisoteó en la Segunda Guerra Mundial. Sin armas, con una apabullante sangre fría, dio una alegría inolvidable a su gente. Los hinchas más veteranos aún sonríen cuando recuerdan la astucia y el atrevimiento de Antonin. Hasta Pancho Villa hubiese admirado los bigotazos, la audacia y el carácter revolucionario del célebre penalero.

¿Cómo se le ocurrió aquella nueva forma de ejecución…? “Solía quedarme con el portero Zdenek Hruska después del entrenamiento. Nos apostábamos cosas en tandas de penaltis, cervezas, chocolate… y él era tan bueno que casi siempre me ganaba. Una vez por la noche pensé en ese tiro centrado y flojo, que sorprendería al portero, tirado a un lado”.

Todos soñamos con dejar algo para la posteridad; el poeta vive con la ilusión de llegar a ser un recuerdo; Antonin creó algo más que un exquisito fraude de terciopelo para embaucar a un arquero, es una toma de riesgo, un alarde de coraje y creatividad, una rebelión contra los convencionalismos. Todo eso representa un Panenka.

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