Fue en el potrero de Grandoli, en Rosario, donde comenzó la carrera de Lionel Messi. Su abuela materna, Celia, siempre lo llevaba a él y sus hermanos para que jueguen al fútbol en ese campo. Una tarde faltaba un jugador en un encuentro amistoso y su abuela no dudó ofrecer a su pequeño nieto para que completara al equipo, pese a que solo tenía cinco años de edad. Salvador Aparicio, técnico del Grandoli, aceptó bajo la condición de que si el niño lloraba, lo sacaba ella misma.

Messi tomó el primer pase y sorprendió a todos los que vieron al partido. La primera pelota la agarró, la paró y salió gambeteando. Me quedé asombrado, los pasó a todos y yo le gritaba lárgala, indicó Aparicio, el primer técnico del argentino, que tuvo a Messi hasta los siete años. En ese equipo, para variar, ya lucía la ‘10’ en su camiseta.

Años más tarde su abuela falleció. Por eso Messi siempre levanta los dedos al cielo. Es una gratitud hacia su abuela difunta que le dio un empujón para jugar al fútbol.