‘Big Rosario’ toma el control del Barcelona: con la llegada de Gerardo Martino a la dirección técnica del equipo, Lionel Messi demuestra, sin necesidad de emitir palabra, que es el verdadero poder en el multicampeón español.
Josep María Minguella, el hombre que trajo a Messi a España en el 2001, se refirió más de una vez a ‘Little Rosario’ para graficar la burbuja de ‘argentinidad’ en que vive inmerso el astro del Barcelona.
Ya puede ir hablando de ‘Big Rosario’, porque de esa ciudad es también Martino, figura histórica de Newell’s Old Boys, el club del que son hinchas los Messi y en el que el ‘10’ del Barza se retirará. Treinta años más tarde, otro rosarino vuelve al banco del Camp Nou: el último había sido César Luis Menotti.
Jorge Messi, el ideólogo del traslado de la familia a Barcelona en el 2001, puede considerarse un exitoso, y no solo por el hecho de que su hijo sea la gran figura azulgrana. El Barcelona, una entidad profundamente orgullosa de sus señas de identidad catalanas, optó por un argentino desconocido en Europa, un técnico serio y fino jugador al que en los ‘80 y ‘90 Jorge Messi idolatraba. Privilegió a Martino sobre un hombre de la casa como Luis Enrique. Sin los Messi sería imposible entender la jugada.
EL PODER MESSI El discurso breve y plano de Messi puede llamar a engaño: diciendo poco en público, pero usando bastante el teclado de su teléfono móvil y enviando mensajes a través de gestos que a veces necesitarían de un ‘kremlinólogo’ para ser interpretados, el argentino manda cada vez más en el Barcelona, donde es desde hace años la medida de todas las cosas. Que su hermano Matías confirmara el lunes el fichaje de Martino, un día antes que el club, da una idea del poder ‘messiánico’.
Ya en el verano (boreal) del 2008, en el inicio de su aventura azulgrana, Josep Guardiola comprendió que necesitaba a Messi para ser exitoso. Debía ganárselo, hacerlo feliz como jugador. Guardiola fue inteligente al presionar al por entonces presidente, Joan Laporta, para que permitiera al zurdo ir con la selección argentina a los Juegos Olímpicos de Beijing pese a que el Barcelona tenía derecho a negarse a cederlo.
Messi nunca olvidó aquel gesto de Guardiola y se lo retribuyó con grandes partidos y decenas de goles. Es cierto que siempre hizo notar su peso específico, fagocitándose a cualquiera que le hiciera sombra en la delantera, también que su relación con Guardiola terminó muy desgastada. Pero en lo importante, lo futbolístico, ninguno le falló al otro. Todo lo contrario.
Tras el interregno de Tito Vilanova, un hombre al que Messi respetaba desde que lo dirigiera en su época de juveniles, los jefes de ‘Big Rosario’ se encontraron con un momento clave: Messi ya no era un niño ni un adolescente, tampoco un debutante en el equipo. Feliz padre desde hace nueve meses, el mejor futbolista del mundo es, a sus 26 años, un personaje cuyo fútbol y cuyo humor hay que cuidar como joyas.
Y otro dato: la presencia de Martino contrapesa, inevitablemente, la llegada de un jugador tan potente como el brasileño Neymar.
¿Y BIELSA? Una opción del presidente Sandro Rosell era apostar por un Luis Enrique de gran amistad con Guardiola, pero también con el veterano Carles Puyol, capitán del Barza. Un hombre del riñón azulgrana que llegó a jugar junto a Xavi, pero que cuando dejó de ser entrenador de la Roma se fue peleado con Francesco Totti, el ‘Messi’ del equipo italiano.
¿Y Marcelo Bielsa, el hombre que le da nombre al estadio de Newell’s, en el que una de las tribunas fue bautizada como “Gerardo Martino”? Desaconsejable para los Messi —y por lo tanto para el Barcelona—, porque los términos ‘Bielsa’ y “flexibilidad” no congenian.
Y Messi le requiere mucha flexibilidad a sus entrenadores, un intenso ejercicio diario de persuasión, paciencia oriental y dotes para descifrar sus silencios, sus medias palabras, sus actitudes. Cuando lo logran, el rey de ‘Little Rosario’ les paga con actuaciones de ensueño, con goles, con títulos. Un acuerdo tácito al que resulta difícil negarse.