Neymar puede cambiar de equipo en los próximos días. (Foto: AFP)
Neymar puede cambiar de equipo en los próximos días. (Foto: AFP)
Jerónimo Pimentel

El Barcelona y el Real Madrid protagonizan –una vez más– el culebrón de la temporada: disputarse el mismo objeto de deseo. La historia de esta puja en la que se mezcla necesidad deportiva con vanidad institucional se puede remontar al tiempo de Di Stéfano, pero Ronaldo, Figo y Laudrup son algunos de los nombres que alternaron ambas camisetas no sin polémica en las últimas décadas.

El propio Neymar, en el 2013, fue la obsesión de ambas escuadras. Esta vez el tercero en discordia es el PSG, aunque en un lugar subalterno: tienen al crack del futuro en casa, Mbappé, quien ya rechazó públicamente a Neymar Jr. en la celebración de la Supercopa francesa, por lo que del paulista el club parisino solo espera un cheque enorme, venga de donde venga.

Neymar, a la espera de su futuro. (Foto: AFP)
Neymar, a la espera de su futuro. (Foto: AFP)

La saga implica que los espectadores –nosotros–, azuzados por la prensa especializada en concluir verdades de minucias, entren al juego de agosto: descubrir quién le da ‘like’ a quién en Instagram, hacer hermenéutica con las declaraciones de Sergio Ramos, ponderar las consecuencias psicológicas de la derrota del PSG con el Barcelona en Champions de cara a la próxima negociación, investigar los movimientos financieros de Florentino Pérez en pos de deducir el estado de la tesorería madridista de cara al pago del transfer.

La telenovela es el reino de la conjetura, el giro sorpresivo y la cursilería; en esos dominios, el chisme reemplaza al análisis; el tuit, al dato; y la ‘fuente’, a la información.

Y, sin embargo, es imposible vivir en el universo futbolístico y no ser parte de esta baja pasión. Imaginar a Neymar siguiendo las órdenes de Zidane en una visita al Camp Nou produce morbo. Si el fútbol expresa todo lo que nos hace humanos, como asegura John Carlin, debe expresar también sus vicios. Este es uno de ellos. No interesa tanto su actual forma física, su posible acoplamiento en tal o cual equipo, si finalmente logrará explotar y deshacer el duopolio que mantienen Messi y Cristiano, ni siquiera si su tobillo o su quinto metatarsiano soportarán el rigor de una nueva temporada, lo único que interesa es lo extradeportivo: qué escoge, bajo qué condiciones, por qué, a qué costo, quién se molesta, quién pierde, quién gana.

En este contexto, la conversación futbolística es casi irrelevante. Lo sorprendente es que incluso en escenarios menores como la primera división peruana existe un efecto de contagio. ¿No es el pequeño melodrama alrededor de la renovación de Kevin Quevedo nuestra contribución a la ficción especulativa?

Basta un paseo por alguna red social para encontrar todos los elementos compartidos por periodistas, agentes y el público general: medias declaraciones, alusiones indirectas, sobreinterpretaciones, acusaciones, ruegos. Podemos ser optimistas y pensar que si sufrimos los subproductos del profesionalismo es que nuestro fútbol es algo profesional: si hay talento, hay botín; si hay botín, habrá refriega. Pero eso es pensar demasiado.

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