Era el minuto 84´ del cotejo que Bolivia y Argentina venían empatando 1-1 y una mala salida del zaguero Raldes, quien trastabilló, hizo que la pelota le quede en los pies a Lionel Messi, como si la hubiese llamado, pero llenándose de una responsabilidad que no le era ajena.
Messi, ahogado y con un rendimiento mermado por jugar a 3.700 metros de altura, avanzó lentamente con la pelota dominada, en una jugada que no tendría que haberle parecido extraña en tanto que en el Barcelona, cada que queda frente a un arquero, no perdona.
Pero llegó el día en que Messi se humanizó. El golero Gustavo Galarza salió a achicar y el astro quiso pincharla, pero débilmente o buscando tal vez el caño. Y la pelota le rebotó al altiplánico y Bolivia se salvó. No solo eso Messi supo lo que es fallar y causar desilusión al fin.