“Bengoechea ha consumido el crédito que ganó con el campeonato nacional en el verano siguiente, como es la costumbre en los equipos peruanos”. (Foto: AFP)
“Bengoechea ha consumido el crédito que ganó con el campeonato nacional en el verano siguiente, como es la costumbre en los equipos peruanos”. (Foto: AFP)
Jerónimo Pimentel

La debacle de Alianza Lima en la Libertadores no sorprende. Los números son particularmente claros esta vez: el club de La Victoria no ha anotado un gol en todo el torneo, concatena tres derrotas seguidas y ostenta, una vez ampliado el lapso de evaluación, el pobre récord de haber conseguido un triunfo en los últimos 17 partidos en estas lides (no pudo ganar en los nueve últimos). A la vista, la situación no es mejor: Alianza Lima es un equipo que practica un juego rácano (un romántico diría antihistórico) y lo dirige un entrenador conservador, especialmente predecible al momento de plantear partidos. No da para soñar.


Bengoechea ha consumido el crédito que ganó con el campeonato nacional en el verano siguiente, como es la costumbre en los equipos peruanos. Así han sido los tres años recientes: Melgar, campeón del 2015, fue eliminado al año siguiente sin sumar un solo punto; Cristal, campeón del 2016, cerró su Libertadores goleado 4 a 0 por Santos y encajó 15 goles en seis encuentros; la agonía de Alianza, no es necesario extenderse más, la sufrimos como una condena nacional. Si se excluyen las eliminaciones justas –hace mucho no hay hazañas que reseñar– y nos detenemos solo en lo catastrófico, aparecen la campaña de la ‘U’ en el 2014, la del Cristal en el 2013, la de Aurich en el 2012, y así. La lógica indica que si existe un patrón, la responsabilidad es compartida o, al menos, la explicación demanda un análisis que escape el caso individual.


El técnico uruguayo ha señalado algunas posibilidades, como que posee un plantel chico. Sin quitarle razón (¿qué equipo peruano se puede dar el lujo de tener una plantilla grande y competitiva?), el problema también se podría plantear de otras maneras. Panzeri, que entendía el fútbol como un arte del engaño, sostenía que no existía un fútbol antiguo ni otro moderno. Si tiene razón, lo de Alianza Lima en Libertadores solo se puede calificar de predecible. Los bielsistas creen en las transiciones y la presión alta; las blanquiazules son lentas y torpes; la escuela catalana-holandesa postula el empleo del espacio, ellos lo resignan; Mourinho busca la reacción, pero pareciera que los dirigidos por Bengoechea juegan con ansiolíticos. A lo que voy es a que uno puede buscar distintos paraguas conceptuales para tratar de entender a Alianza Lima, y en ninguno hay respuestas. No se teoriza sobre lo que no funciona. Hay muchas formas de llamar a la pobreza deportiva, que el lector encuentre la suya.


Hace décadas tenía cierto uso la frase “jugamos como nunca, perdimos como siempre”. Se convirtió en un reflejo que revelaba cansancio, pero también en una potencia, una posibilidad latente. La sabiduría popular denunciaba la falta de concentración, de definición, pero de alguna forma rescataba una alegría, una emoción, cierta superioridad fugaz. Resulta curioso para los aficionados de mi generación que esa letanía no tenga uso ya en la Libertadores, donde no se pueden hallar ya, ni siquiera, victorias simbólicas.

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