El equipo principal de Sporting Cristal en la Liga 1. (Foto: @ClubSCristal)
El equipo principal de Sporting Cristal en la Liga 1. (Foto: @ClubSCristal)
Jerónimo Pimentel

En términos de economía futbolística, siempre fue una curiosidad local. Durante mucho tiempo fue el único club con propietario desde que dejara la insignia del tabaco para pasar a la de la cerveza. El apoyo de Backus, durante la segunda mitad del siglo XX y el inicio del XXI, le proveyó de un soporte administrativo y monetario que lo convirtieron en una referencia suficientemente fuerte como para cuestionar el duopolio histórico de Universitario de Deportes y Alianza Lima.

El curso empresarial de la cervecera, sin embargo, con sus fusiones y ventas, la alejó del programa deportivo imaginado por la familia Bentín. El club debió pasar a la autogestión y a la autosostenibilidad, y más pronto que tarde fue claro que el balón no estaba en los nuevos planes corporativos. Se decidió entonces sanear a la celeste, ponerla en azul y recibir ofertas; la mejor, para quienes tomaron la decisión, fue la de Innova Sports.

Hecho el recuento, es inevitable sentir nostalgia y, a la vez, expectativa. Lo primero se explica porque este, quiérase o no, es el fin de un gran proyecto del empresariado nacional. Implicó una visión del negocio capaz de prescindir de la lógica economicista y una misión atenta a obtener capital simbólico y social. Con altas y bajas, el arraigo en un distrito tradicional implicó atender y servirse del Rímac. Este tipo de idea, por supuesto, no tiene cabida para el capital global, por definición utilitario y desarraigado.

Lo segundo, la expectativa, es en parte entusiasmo y en parte curiosidad. ¿Cuánto podrá mejorar Cristal en términos competitivos ya en manos de una empresa cuyo ‘core’ es por fin el fútbol? ¿Recibir un club rentable por la venta de canteranos significará que los actuales propietarios seguirán apostando por este modelo exportador? ¿Cuál será su relación con La Florida? ¿Cuáles serán los controles que Innova implementará para evitar conflictos de interés con los representados de uno de los accionistas? ¿O, en cambio, Cristal se beneficiará de lo que podemos llamar –perdonen el cinismo– ‘sinergia’?

El resultado de esta compraventa, a su vez, será evaluada por el grueso de los hinchas peruanos a través del comparativo con los compadres, ahogados en sus deudas y en crisis eternas.

Lo de la ‘U’ es bastante más caótico, mientras Alianza Lima sobrevive con cierto decoro, pero con una administración temporal capaz de convertir la camiseta del club en un ‘amuleto’.

¿Será la sociedad anónima la solución? ¿O es, más bien, pura resignación ante los indicios de que la asociación civil sin fines de lucro, como entidad jurídica, está muerta para el balompié peruano? Por ahora, Sporting Cristal puede tener el orgullo de ser el club que embandera los cambios institucionales en nuestro fútbol profesional. En algunos años se podrá saber si esta vez ha sido para bien o para mal.

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