Comité Organizador Local espera para el lunes una respuesta del Estado. Además, desde la FIFA esperan que se declare el Mundial como un asunto de interés nacional. (Foto: AFP)
Comité Organizador Local espera para el lunes una respuesta del Estado. Además, desde la FIFA esperan que se declare el Mundial como un asunto de interés nacional. (Foto: AFP)
Jerónimo Pimentel

El papelón de la no termina. Luego de tener a un ex presidente procesado por corrupción y crímenes violentos, su sucesor, Agustín Lozano, heredó un compromiso incumplible: ser sede del mundial sub 17. El despropósito, cuyo único fin original era funcionar como otro lavado de cara de Oviedo, naufragó en la precariedad institucional, la ausencia de presupuesto y la falta de una política deportiva nacional.

Juntos, estos tres elementos son catastróficos. Es imposible que una entidad tan desgastada que aceptó compromisos con fines subalternos no solo sobreviva a la crisis, sino que logre concretar hazañas organizacionales como la puesta en marcha de un mundial. La falta de recursos impacta ya en la elección de los partidos amistosos, por citar un ejemplo que atañe a la selección mayor, pero esta pobreza se vuelve crítica cuando el país debe ser anfitrión de dos eventos, uno de ellos mayor: en marzo, el Sudamericano sub 17; en julio, los Juegos Panamericanos. Es claro que ni el presidente Vizcarra, ni el ministro Alfaro ni ciertamente Agustín Lozano decidieron postular a estos compromisos, pero deberán pagar el costo político de su realización, cancelación o fracaso. En un país de instituciones débiles la responsabilidad es individual.

La FIFA tiene su parte en este desaguisado. Los de Zurich son flexibles al comprender los retrasos en infraestructura, toleran el cambio súbito de interlocutores y aplauden con condescendencia los tropiezos tropicales, pero son absolutamente rígidos -en un sentido, digamos, suizo- al momento de exigir la exoneración tributaria para ellos y sus representantes. No es poca cosa: la FIFA exige que no se le cobre ningún tipo de impuestos ni arancel a ellos ni a su delegación, ni a sus subsidiarias ni a los equipos, lo que incluye funcionarios, personal y empleados.

El Ejecutivo alega que esa exoneración excede su prerrogativa, por lo que debía pasar un proyecto de ley al Congreso que nunca cobró forma. No se puede decir que esta condición haya sido una sorpresa, pues este mismo evento se organizó en el 2005 con las mismas exigencias. Un punto puede estar relacionado a la lentitud: el ministro Oliva ha lanzado desde el año pasado una campaña contra las exoneraciones tributarias en todos los sectores por razones doctrinales, por lo que bien se puede decir que este requisito le resultaba al MEF anticlimático. Aún así, el Ejecutivo puede atajar cualquier crítica con la asignación de presupuesto: en enero pusieron S/ 188 millones en la mesa del IPD para habilitar seis estadios al reglamento FIFA, monto que ahora se reasignará a otras causas.

Dicho esto, hay un daño deportivo también: el plan de trabajo de los seleccionados partía del supuesto de la clasificación automática, algo que hoy se deberá ganar en las canchas. Vistos los antecedentes de nuestras selecciones menores lo que se busca es un milagro deportivo.

Hay algunas lecciones detrás de esta derrota. La primera es que la marca país se desprestigia mucho más rápido de lo que se construye. La segunda es que no se tiene una política deportiva estatal que supere la visión de cacicazgo y capricho, tal como ha quedado claro con los Juegos Panamericanos, cuya suerte ha dependido del entusiasmo o indiferencia de distintos gobiernos locales y nacionales. Lo tercero es que Perú debería ser más cauto al momento de competir por la organización de megaeventos internacionales, un gusto reservado a países de ingreso alto: no se puede invitar al mundo a casa cuando la alacena está vacía, la alfombra esconde toneladas de basura y el closet está lleno de cadáveres.

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