Teófilo Cubillas (ex jugador peruano) - Telemundo. (Foto: El Comercio)
Teófilo Cubillas (ex jugador peruano) - Telemundo. (Foto: El Comercio)
Jerónimo Pimentel

El es, sigue siendo, el futbolista más importante que vistió la camiseta de la selección nacional. Será difícil que un peruano, en el futuro, ofrezca lo que él dio: participó en tres mundiales donde marcó 10 goles y obtuvo una Copa América. Con Alianza Lima tuvo varias campañas notables (en el 70, 71, 77 y 78, por citar solo cuatro) y a través de un consistente ejercicio de relaciones públicas y networking logró posicionarse en el imaginario peruano como un deportista apolíneo: nunca bebió alcohol, se ufanó siempre de no haber recibido una tarjeta roja y, a diferencia de algunos de sus ex compañeros que no supieron organizar sus vidas extrapodertivas, él se convirtió en un exitoso formador de talentos en la tierra del éxito, Estados Unidos.

Esa es una cara de la moneda. Pero hay otra. La de una persona que, fuera de las canchas, nunca logró reprimir su ansia de poder. Cuál fuera el carácter de este y de dónde se originaba fueron preguntas que no le importaban mucho al ‘10’. Podía ser una FIFA mafiosa, a la que nunca dedicó un comentario de reprobación, o peor aún, los peores momentos de la dictadura fujimontesinista, a la que se ofreció sin reparos. Cubillas no solo fue presidente del Instituto Peruano del Deporte, al que sirvió en un momento en el que ese cargo validaba una dictadura con plan de perpetuación (1999), sino que fue sindicado por el propio Vladimiro Montesinos como uno de los actores en la campaña de la segunda reelección. El tristemente célebre programa de “Intercalles”, financiado con fondos indebidos del ministerio de la presidencia e implementado durante su gestión, fue un grotesco acto electoral al que se destinaron millones del fisco.

Los audios que ha revelado IDL-Reporteros no hacen sino confirmar que Cubillas de nene no tiene nada. Las consecuencias de ello, probablemente, excedan la descomposición que le aqueja, y de la que espero se recupere. Si fue un simple operador del prófugo ex alcalde de San Juan de Lurigancho Carlos Burgos o si tuvo una responsabilidad mayor por su cercanía con Hinostroza u Oviedo, es algo que la justicia deberá determinar. Lo que corresponde a los peruanos es evaluar cuáles son los límites de la idolatría deportiva y qué estamos dispuestos a tolerar por ella. Dicho de otra forma, ¿cuál es el punto en el que los delitos comunes silencian los goles marcados en la cancha?

El Perú, la propia generación de Cubillas, ha tenido cracks menos atildados, peor vestidos y quizás con vidas más disipadas; si se quiere, menos ejemplares. Cuán humanos se les ve a ellos ahora, cuán cercanos al peruano de a pie. Y cuán alejados están, a su vez, de los delincuentes mayores, de cuello y corbata, cuyos crímenes han destruido el sistema de justicia y ensombrecen estas fiestas patrias. Hay que tener cuidado con quienes se ufanan de aceptar todas las invitaciones, de estar en todas las fiestas. Y también de aquellos que han hecho de una falsa superioridad moral un bastión, una herramienta del márketing personal, de la marca propia. Hay que elegir bien a los amigos. Y también a los ídolos.

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