"Un mundial no resuelve nada". (Foto: AFP)
"Un mundial no resuelve nada". (Foto: AFP)
Jerónimo Pimentel

Una vez puestas las emociones a un lado, es posible afirmar que la participación peruana en el Mundial ruso fue tibia, como tibios han sido los efectos que se perciben al día de hoy, a semanas de que inicie la nueva temporada europea.

Dos de las figuras del combinado, Carrillo y Ramos, parten a Arabia Saudí, una liga millonaria pero emergente que figura en el puesto 29 entre las más competitivas del mundo, apenas por encima de la rumana; Cueva, el ‘10’, parte al Krasnodar ruso con la ilusión de aspirar a un poco de fútbol europeo; las ofertas que iban a sacar a ‘Oreja’ Flores del torneo danés aún no llegan, quizás por culpa de su rendimiento en Rusia; y se rumorea, en lo que parece la mejor sonada de todas, que Gallese iría al Besiktas turco por recomendación de Óscar Córdoba, aunque ello aún no está confirmado. No da, como se ve, para descorchar champán.

Se necesita mucha imaginación para convertir estos traspasos en grandes noticias. La verdad es que no lo son. Quizás en sus nuevos destinos los peruanos gocen de minutos y regularidad, pero difícilmente esos serán los entornos que los fuercen a alcanzar mejores rendimientos. Esto no es culpa de nadie y habría que preguntarse si no es un destino merecido para nuestra realidad futbolística. La sensación de desengaño proviene de una expectativa insuflada por el desempeño de la selección, lo que no es sino otra forma de halagar lo hecho por el comando técnico de Ricardo Gareca.

El bajón posmundial tiene, también, otros factores. Uno de ellos es la vuelta a la verdad local, un cóctel con ingredientes nefastos: la ausencia de Edwin Oviedo y su mención en los audios que han terminado por destruir la confianza del ciudadano en la justicia peruana; el estado de quiebra de la ‘U’, sin solución a la vista, bancarrota que perjudica no solo a los fans cremas, sino al íntegro del sistema futbolístico nacional; la incógnita sobre el futuro de Paolo Guerrero, que se vislumbra confuso, a pesar de que haya regresado a Brasil; la indecisión de Gareca respecto a su continuidad al mando de la selección, apenas barajada por Oblitas; la idea, bien expresada por Pedro Ortiz en un tuit reciente, de lo increíble que es haber podido participar en un mundial con el fútbol que tenemos en casa.

Si a Gareca, por alguna carambola del destino, se le frustra el deseo de dirigir a Argentina y decide retornar a Perú, donde se le quiere sin cortapistas, no se crea que con ello se habrá resuelto un problema.

El fútbol peruano, como el Consejo Nacional de la Magistratura, el Poder Judicial, el Congreso de la República y tantas instituciones peruanas, es solo una expresión cultural de un estado de las cosas torcidas, que para andar requiere una reforma profunda y un trabajo largo.

Pensar que la clasificación es un punto de quiebre es como creer que el Nobel de Literatura otorgado a Mario Vargas Llosa alfabetizó, automáticamente, a todos los peruanos, o que votar cada cinco años nos transforma mágicamente en ciudadanos. No es así.

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