Uruguay, el equipo campeón de los Juegos Olímpicos de 1924. (Foto: Asociación Uruguaya de Fútbol)
Uruguay, el equipo campeón de los Juegos Olímpicos de 1924. (Foto: Asociación Uruguaya de Fútbol)
Ricardo Montoya

No son solo un mero trazo, las palabras tienen un significado. Ordenadas de una forma específica las letras cobran vida y nos cuentan historias que nos ayudan a entender mejor el mundo. Poder señalar las cosas por su nombre es también encontrarles un sentido, aunque a veces este se transforme con el paso del tiempo y extravíe su significado original. “Bizarro” solía ser valiente en italiano, hoy en nuestra lengua es algo a alguien “muy extraño”. En otras ocasiones la semántica se mantiene, pero las palabras alumbran otras acepciones populares: “desterrar a una persona” en la antigua Roma fue ampliando su espectro hasta admitir el “hacer ejercicio” que usamos hoy en día. Ambos términos conviven sin daños colaterales.

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La etimología ha tenido desde la antigüedad un rol fundamental en el deporte. Sin ir muy lejos “pugilis es “el que utiliza los puños en latin”. De allí que al boxeo se le conozca como pugilismo. El otro nombre de “la dulce ciencia de los moretones” es fácil de inferir, el cuadrilátero donde intercambian golpes los combatientes se parece a una caja cuadrada:

Otra palabra que procede de la lengua inglesa es “tennis”, que a su vez tiene su origen en la palabra francesa “tenez”. Cuando un jugador pasaba la bola del otro lado solía decir “¡tenez!” (“¡ahí te va!”, en francés). En Open su fantástica biografía André Agassi fue más allá “No es fortuito que el tenis utilice el lenguaje cotidiano en su puntaje. “Ventaja”, “servicio”, “falta”, “rotura”, “nada”, “iguales”, los elementos básicos de este deporte son los mismos de la existencia diaria, porque cada partido es una vida en miniatura”.

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El onomatopéyico “ping- pong”, después devenido en “tenis de mesa” y el geográfico Rugby tienen en cuanto a nombre una génesis más interesante que la del fútbol, con obvias referencias a la pelota y al pie. “El deporte rey”, sin embargo, es más interesante en alguna de la terminología que lo acompaña. El famoso “gol olímpico” por ejemplo, nació de un tanto desde la esquina convertido por el zurdo Cesáreo Onzari un 2 de octubre de 1924.

“En un Argentina-Uruguay al que le tocarían muchos destinos, pero no el olvido, Cesáreo consiguió lo que nadie: metió el primer gol de córner de la historia. Convirtió ese gol imposible y, como los uruguayos venían de consagrarse campeones olímpicos, a ese gol que contribuyó a que los albicelestes vencieran por 2 a 1 se lo bautizó gol olímpico” relata Ariel Scher en su fantástico “Blues de la primera fecha”.

También es curiosa la historia que acerca la palabra “hincha” al fanático del futbol. En “Balón divido” el escrito mexicano Juan Villoro, nos cuenta que “en los inicios del siglo XX, “El Gordo” Prudencio Miguel Reyes era el encargado de inflar las pelotas de cuero del Nacional uruguayo. Inflar, en el lenguaje de la gente del pueblo, metafórico siempre, equivalía a hinchar. “El Gordo Reyes” gritaba desaforadamente desde las tribunas del Parque Central cuando jugaba el cuadro de sus amores. ‘Mirá cómo grita el hincha’, decían los aficionados”. Así fue que la palabra dejó el estadio y rodó como pelota por Montevideo primero, luego por el país y por el continente, hasta hacerse universal.

No son solo un mero trazo, las palabras tienen un significado. Ordenadas de una forma específica cobran vida y nos cuentan historias que nos ayudan a entender mejor el mundo.

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