Contra el olvido. (Foto: AFP)
Contra el olvido. (Foto: AFP)
Ricardo Montoya

Nocaut lírico. Desoyendo a los médicos que lo conminaban a suspender su pelea frente al campeón del mundo, un fortachón argentino al que apodaban justificadamente ‘La Máquina’, , poeta pugilístico de todas las vanguardias, subió al ring arriesgando su salud. Una semana antes los galenos descubrieron que el tagalo, ya de 39 años, presentaba un mal congénito en el corazón y que el combatir en esas circunstancias, lejos de una aventura quijotesca, era una negligencia en grado sumo.

Corporizando dignidades, frustraciones y el rótulo de leyenda que lo acompaña, Pacquiao, por una noche, se convirtió en obcecado ladrón del tiempo y abatió sin exigirse al monarca Lucas Matthysse para entronizarse nuevamente en el reino de los welters. Manny, el senador más querido de las Filipinas, logró noquear a un rival después de ocho años eternos. El aparente despropósito pagó dividendos y el desenlace fue feliz. Cuesta entender, de todas formas, el propósito del riesgo, si se toma en cuenta que dinero y gloria deportiva es algo que Manny posee en abundancia. ¿Por qué seguir entonces?

Una razón puede ser la incontrolable apetencia de permanecer vigente pese a la pérdida progresiva de facultades. Ese tipo de motivación, la intrínseca, no guarda relación con cuentas bancarias ni contratos publicitarios por cumplir y les nace, habitualmente como sello distintivo, a los grandes del deporte. Se trata de esa adrenalina interna particular que se vincula con la realización personal a la que hacía mención el psicólogo Abraham Maslow en su célebre pirámide de las necesidades. “Una vez alcanzado un objetivo se fija uno nuevo”, afirmaba el humanista. En ese sentido, el caso de Tiger Woods es emblemático. No es únicamente porque lo exigen sus auspiciadores que el californiano sigue asombrando al planeta con los vestigios de su precisión quirúrgica, sino veamos el último fin de semana. En un inesperado acto de resurrección golfística, Tiger estuvo muy cerca de conquistar el prestigioso Abierto Británico.

Woods es billonario y, como a Pacquiao, es probable que una vida no le alcance para gastar toda su fortuna. Tras un par de visitas al quirófano, algunas adicciones combatidas, la desintegración de su familia y un descenso estrepitoso en el ránking PGA, lo esperable era que decidiera acuartelarse en una de sus mansiones. Nada más ajeno a la realidad. Lo que lo pone en marcha es su grandeza. “Porque después de todo he comprendido que lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado” escribiría el poeta Francisco Luis Bernárdez.

Salir de la zona de confort y escaparse para escalar nuevas cúspides son los móviles de Cristiano Ronaldo para mudar de piel. Hay, obviamente, ventajas económicas importantes. Pero la principal razón de su cambio responde a la exigencia de probar su estirpe en otras latitudes. ¿Puedo en la Juventus, con 33 años, hacer lo mismo que en el Madrid y conquistar Europa? Se pregunta el portugués.

Como el temerario Pacquiao o el resurrecto Tiger, es su arqueología emocional la que termina moviendo a Cristiano. A esta altura de su carrera, y con tantos títulos conseguidos, su brújula persigue la posteridad. “No se juega solamente para ganar, sino para no ser olvidados”, expresó filosóficamente Sócrates, aquel famoso doctor que practicaba el fútbol. 

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