Perú no pasó del empate sin goles frente a Nueva Zelanda.
 (Foto: USI)
Perú no pasó del empate sin goles frente a Nueva Zelanda. (Foto: USI)
Elkin Sotelo

Enternecen los esfuerzos de distintas figuras deportivas del ayer y hoy; connotados periodistas, patibularios chamanes, justos y chabacanos hinchas en redes, pero ninguno con capacidad de proyectar en esencia lo que puede vivir un jugador de esta a puertas de su partido final contra . El más angustiante de todos los tiempos.

No me lo puede decir Jaime Duarte, dos veces mundialista y perteneciente a una generación de futbolistas que por propio talento, éxito y diferencia en el contexto social, no cargaron con ninguna responsabilidad semejante a la que tiene hoy encima el equipo de Ricardo Gareca. Ya no se sabrá jamás si hubiesen sido capaces de superarlo.

No se acerca ni el ‘Patrón’ Velasquez, quien en la cancha sentía mínimos roces cuando un uruguayo o argentino venía con toda su fuerza a derribarlo sin la conciencia de que estaba ante un centrocampista de facultades muy por encima del promedio.

Velasquez piensa que Ricardo Gareca debería hacer cambios urgentes y replanteo para el último partido. También que es necesario el juego por las bandas como antídoto y muletilla por excelencia. Así, varios quieren hacer el equipo y son los organizadores de estrategias.

No lo termina de explicar Diego Rebagliati en sus programas de radio y televisión y redes sociales multitudinarias, a pesar de ser siempre preciso y muy próximo al punto de ebullición donde se cocina la verdad en el fútbol. Esta vez cae en una maraña de ideas bien intencionadas, pero lejanas a resolver un enigma gigantesco: no haber aprovechado la poca pericia de los neozelandeses en los minutos iniciales de Wellington y que luego hayan llevado las acciones hacia su negocio. Esto los hizo ver inferiores en capacidad, pero también impredecibles. Y Perú acabó en un terreno inhóspito y desconcertante.

Twitter y Facebook –en sus usuarios- están cada vez está más lejanos de contar con una opinión calificada (con todo respeto).

Probablemente un bajón a la señal wifi del hotel de concentración o algún bloqueo digital nocturno a los celulares evitaría que lleguen a los jugadores esos mensajes exacerbados (bipolares de elogio o insulto en redes sociales) de los hinchas, a quienes no se puede exigir cultura deportiva ni súbita coherencia ante un acontecimiento histórico, sin antecedentes en tal magnitud y desconocido para todos.

Esto sí va más allá del fútbol porque aglutina otra clase de emociones e inmensos intereses para el país. No es ganar un clásico ni una final de Playoff; tampoco significa alcanzar un contrato con el FC Barcelona o hacerse de una Champions League para quienes actúan en Europa.

No se compara con ninguna experiencia deportiva terrenal. La ansiedad inmanejable de 30 millones de peruanos, el desborde de los medios, la capacidad limitada del equipo y la respuesta individual de cada elemento en una situación límite van a arrojar algo insospechado este miércoles.

MIRANDO OTRAS RAMAS

El psicólogo y consultor en temas de liderazgo organizacional, Andrés Fernandini, refiere que ahora la “parte técnica no es lo que más influye, sino la cuestión actitudinal y emocional. El problema es que cuando el evento estresante es muy extenso e intenso, una serie de hormonas y neurotransmisores se activan en el cuerpo e interfieren o deterioran la capacidad de concentración, precisión, control de impulsos, etcétera”.

Fernandini opina que esta base teórica de la psicología explica el por qué a la selección peruana le ha ido mejor cuando no tenía el favoritismo en los partidos. Y por qué se complica cuando debe tomar el protagonismo. “Ahora todo el mundo dice que es imposible no ganarle a Nueva Zelanda y eso podría estar disparando contra el jugador (sobre todo en los más nóveles). Es una vorágine de emociones muy difíciles de regular que seguramente pueden impactar en el desempeño. Este miércoles el partido es más mental-táctico que físico-técnico”.

La propia condición de seres humanos de los futbolistas juega un papel decisivo en este momento. El biólogo César Valer Chávez, ganador del Premio Nacional Ambiental 2016, explica que en esta clase de compromisos la respuesta del individuo no es exacta ni lineal.

Por esto exigir un rendimiento arrollador podría terminar en una decepción. “A esto hay que añadir que cada jugador es diferente porque hay un destino biológico (genético) cuyo ADN se expresa dependiendo del entorno o circunstancias multifactoriales: sociales, sicológicas, físicas, etcétera. Según algunos científicos, la capacidad de construirnos o modificarnos sobre nuestra expresión biológica es de 15%. La capacidad de control, de predicción, es limitada", sostiene Valer, respecto a que cada integrante de la selección responderá diferente ante los estímulos que lo marquen el 15 de noviembre desde las 9:15 p.m.

De los últimos seis partidos de repechaje para Rusia 2018 el marcador acabó sin goles: Honduras 0-0 Australia; Nueva Zelanda 0-0 Perú; Dinamarca 0-0 Irlanda; Suiza 0-0 Irlanda N.; Grecia 0-0 Croacia; Italia 0-0 Suecia. Esto revela no solo carencia en efectividad, sino un comportamiento y respuesta parecidos en los protagonistas al afrontar cruces de excesivo nervio. No existen actuaciones fulgurantes de los cracks.

“¿Cómo hacemos para meter 36 años de frustraciones, todo, en 180 minutos?”, me preguntaba Miguel Villegas de El Comercio antes del inicio del partido en Wellington, en referencia a que los periodistas debemos trasladar los colores y la emoción del momento a través de nuestras herramientas y muchas veces perdemos la conciencia en ello.

Durante días hemos exhibido en los medios a los mejores panelistas posibles, pero también a la categoría más baja de nuestros especímenes futboleros y solo logramos confundir y aturdir a los hinchas, los mismos que irán al estadio a alentar a la selección hasta el minuto que algo no funcione como lo soñaban o suponían y se conviertan en un rival más para la hipertensa bicolor.

Este partido final en su momento previo tiene una única explicación: es irrepetible y de una dimensión sui generis, tal vez demasiado para cualquier individuo, pero concreta y ambiciosa. Es lo que le toca vivir a Cueva, Carrillo, Flores y compañía que deben condensar y minimizar el miedo natural hasta transformarlo en templanza o fuerza interior. Luchar e intentarlo. Y la gente asistente al evento, valorar ese privilegio y ser el soporte de principio a fin de este grupo humano que representa la esperanza y el sueño de todo un país.

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