Visitar al Camp Nou en el 2011 era como estar en algún bar de Liverpool en los años sesenta. Ser testigo presencial de aquel Barcelona de Guardiola, Messi, Xavi e Iniesta era como mirar a los Beatles en primera fila. Recorrer cada jirón del máximo recinto catalán era como ver cantar a Pavarotti en Roma, era como simular un viaje a la Luna o escuchar a Freddy Mercury en Wembley. Era el disfrute extremo de lo irrepetible.
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