Phelps: ¿Qué objeto valía más para él que todas sus medallas?
Phelps: ¿Qué objeto valía más para él que todas sus medallas?
Redacción EC

Hace dos años "no quería vivir más". La máquina que hoy está nuevamente en boca de todo el mundo estuvo muy dañada el 2014, al punto de casi arruinarse por completo. Un escandaloso episodio cuando fue fotografiado fumando marihuana en una pipa y sus líos con el alcohol lo habían hundido. El mejor nadador de la historia se sentía ahogado en sus problemas. 

El último lunes de setiembre del 2014, Michael Phelps se detuvo en un semáforo. Detrás de su auto tenía a una patrulla policial. Su cuerpo cargaba con los estragos de un fin de semana frenético en una boda en California y la trasnoche de haber estado jugando póker y tomando licor en el Horseshoe Casino de Baltimore. 

Una hora después le envió un mensaje de texto a su novia, Nicole Johnson, con quien se había reconciliado después de dos años de separación. Michael Phelps estaba en la cárcel. Su Range Rover dio cuenta del descontrol del atleta al circular en zigzag a 135 kilómetros por hora en una vía de 70 km/h. Tras la prueba de alcoholemia su sangre arrojó 0,14 de nivel de alcohol, 0,06 más que el límite permitido. Parecía el fin. Más aún, porque no era la primera vez que le ocurría. En el 2004, con solo 19 años, también había sido detenido manejando con indicios de haber bebido. 

Los especialistas dicen que el origen de la droga y el alcoholismo es el vacío, el no tener por qué vivir. Y Phelps no dudó en confirmarlo. El 'Tiburón de Baltimore' no quería seguir viviendo. 

Michael Phelps celebra sus cuatro oros en Río 2016. (Foto: Reuters)

Bob Bowman, su entrenador, había disfrutado con él de todos los momentos de gloria, en el que sus récords y medallas de oro en mundiales y Juegos Olímpicos mostraban al mundo a un atleta incomparable, perfecto, que tenía todo y a la vez nada. "No tenía ni idea de qué hacer con el resto de su vida. Recuerdo que un día le dije: ‘Michael, tienes todo el dinero que cualquier persona de tu edad pueda querer o necesitar; tienes una profunda influencia en el mundo exterior; tienes tiempo libre… y a pesar de eso eres la persona más infeliz que conozco. ¿Qué pasa?’", reseña una crónica del New York Times sobre el momento más crítico de Phelps. 

Pero Michael Phelps supo escuchar a su entorno cercano, a los que realmente amaban a la persona y no al ídolo que muchas veces se tenía que ocultar de los miles de autógrafos, fotos y selfies con fanáticos. 

Por eso decidió buscar ayuda para encontrarse a sí mismo en The Meadows, un centro de tratamiento en Wickenburg, Arizona. "Fue cuando más miedo he sentido en mi vida", aseguró el nadador en una entrevista reveladora con la revista "Sport Illustrated". En ese lugar estuvo 45 días para tratar sus problemas con el alcohol. Es ahí donde descubrió que había un objeto más valioso que las 18 medallas de oro olímpico que había sumado hasta Londres 2012.

En The Meadows, Michael Phelps recibió en solo dos semanas de tratamiento el bastón saguaro: era un símbolo de poder que se le entregaba a los pacientes con cualidades de liderazgo. Bowman reveló, y después Phelps lo confirmó, que estaba más orgulloso de eso que de cualquiera de sus medallas olímpicas.

En terapia, incluso, comenzó a leer libros y empezó a mostrar al gran ser humano que había detrás de la máquina de alto rendimiento que solo sumaba medallas. Cuando Bowman lo visitó en el centro de recuperación, vio muchos rasgos del niño-adolescente que le tocó pulir como deportista, aunque le costó creer el asombroso cambio en el comportamiento de su amigo. "Nunca lo había visto así. Lo miré como diciendo: ‘¿Quién eres?’”.  

"Tenía miedo de mostrar quién era", dijo Michael Phelps, "así que me inventé todos esos personajes", explicó, refiriéndose a los escándalos de su pasado.

Hoy Michael Phelps tiene 31 años y mantiene la costumbre de llevar audífonos para abstraerse del mundo con música antes de cada competencia. Sigue llenando de oro la historia olímpíca, pero no solo ha mostrado su admirable recuperación, hoy el 'Tiburón de Baltimore' es papá, dedica sus hazañas al pequeño Boomer, a su prometida Nicole Johnson y a su madre, siempre con una sonrisa nerviosa. El gigante de 1,93 metros, que conmueve con sus ojos anegados en lágrimas cada vez que obliga a que se escuche el himno de Estado Unidos en Río 2016, celebra la razón principal de su vida. “No quiero vivir el resto de mi vida con arrepentimientos”.

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