Lewis saludando a los asistentes a las prácticas de Silverstone. (Foto: Reuters)
Lewis saludando a los asistentes a las prácticas de Silverstone. (Foto: Reuters)
/ MATT DUNHAM
Daniel San Román

Tras el apretado final de la temporada pasada, con todo el drama que ello significó, la afición esperaba que saliera este año en busca de la revancha desde la primera curva. Las tribunas esperaban ver una versión inclemente del inglés impregnada de sed de venganza contra Max Verstappen sin embargo no fue así. Para Mercedes el cambio de reglamentación los golpeó más que a nadie mientras que Ferrari sacó réditos pasando de ser un monoplaza del batallón a uno de punta. Así, mientras todos se concentraban entre la pelea de Verstappen y Leclerc, atrás Hamilton sufría rebotando en el auto, sobándose la espalda y adormeciendo el ego al ver cómo su coequiper terminaba mejor que él en las primeras jornadas.

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Muchos pensaban, entre los que me incluyo, que hubiese sido más digno retirarse en el 2021 tras pelear el campeonato que hacerlo despercudido en una temporada como la actual. La rutina de las primeras fechas era siempre la misma: Lewis Hamilton quejándose y Toto Wolff (team manager de Mercedes) disculpándose y prometiendo mejorar el monoplaza para la siguiente carrera. Y así se fueron las pruebas iniciales repitiendo un sádico loop que parecía no quebrarse nunca. Rebote, dolor, frustración y disculpas.

En el interín, la FIA le puso la vista a Lewis cuando anunció la prohibición de llevar pendientes, piercings, joyas y otros objetos metálicos cuando se piloteaba un F1. En Miami, Hamilton alzó la voz y mostró su protesta logrando que la exigencia se adormeciera hasta esta carrera. Lo cierto es que este fin de semana el británico ha corrido sin alhajas, pero no exento de drama producto de las desatinadas declaraciones racistas del tricampeón de la categoría, y padre de la pareja de Verstappen, Nelson Piquet. El británico ha sido perseguido por el paddock durante todo el fin de semana con los micrófonos ansiosos de escuchar su descargo, pero este ha guardado prudente silencio.

Con toda esta previa Lewis llegaba a su circuito, al que conoce de memoria, al que es poco menos que el patio trasero de escudería y en donde ha ganado ocho veces en la historia de la categoría. Y es que si Silverstone es la catedral del automovilismo, Lewis es sin dudas el cardenal. Y ha sido ahí sin joyas, discutido, con un auto que aún le da las garantías de sus rivales, protagonizando un culebrón racista, donde Lewis ha renacido frente a su tribuna entre la escasa visibilidad de un trazado lluvioso. Hoy parte quinto, tras una clasificación donde fue protagonista, pero con claras ambiciones de subir al podio y, por qué no, premiar su implacable paciencia con su primera victoria de la temporada.

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