El boxeador Floyd Mayweather aceptó pelear con Conor McGregor, luchador de UFC, en una pelea que genera mucha expectativa. (Foto: AFP)
El boxeador Floyd Mayweather aceptó pelear con Conor McGregor, luchador de UFC, en una pelea que genera mucha expectativa. (Foto: AFP)
Ricardo Montoya

Alguien tiene que decir basta. Uno tras otro se van acumulando los despropósitos contra el deporte. Perseguir la gloria es la disculpa perfecta para tanto exceso. Últimamente la codicia se ha convertido en el estiércol del éxito porque, en el fondo, son las ambiciones las que prevalecen desvirtuando el “juego limpio”. El fin de semana Jon Jones Junior, acaso el artista marcial mixto mejor dotado de la historia, ha perseverado en el error y sus exámenes de dopaje han arrojado positivo, por segunda vez. Lo de ‘Huesos’ Jones es solo el corolario de una semana gris dentro de un panorama en el que la ignominia ha sido el denominador común contra el deporte.

“Por donde pisaba su caballo no volvía a crecer pasto”, exageraban los biógrafos de Genghis Khan. Algo parecido a lo que se decía del conquistador mongol podría afirmarse de Jones cada vez que subía a un octágono. Es lo que, en el mundo de la lucha, se conoce como “producto natural”. Un prodigio al que no hubo que enseñársele mucho porque llevaba el arte de la guerra en su interior; un virtuoso del combate que, sin embargo, ha recurrido a la trampa, nuevamente, para asegurarse una victoria contra su rival más encarnizado; contra quien tenía una disputa personal y contra el que menos podía permitirse un traspié. Por su parte, Daniel Cormier, el derrotado, ha hecho gala de una singular nobleza. Lejos de denostar a su “enemigo” ha sido cauto en sus comentarios: “Es difícil encontrar las palabras para explicar cómo me siento. Estoy decepcionado. Me abstendré de comentarios hasta que tenga claro lo que ha sucedido”. Inteligente, Cornier sabe que no necesita asestarle el golpe de gracia a su némesis. Jones está acabado, porque de este tipo de vergüenzas no se regresa jamás.

Otro campeón de la UFC, , en cambio, tiene poco que perder en su disputa del fin de semana contra Jr. ‘The Notorious’ va a ganar una demencial suma de dinero por esta pelea. Y si por uno de esos golpes del destino McGregor logra conectar un ‘lucky punch’ (golpe de suerte) a esta veterana versión del pugilista y lo noquea, podría impactar al planeta y obtener reconocimiento universal.

Lo que resulta inexplicable es cómo Floyd, un purista del boxeo, acepta enfrentar bajo las reglas del pugilismo, a un artista marcial mixto. Es altamente probable que ‘Money’ gane, pero el solo hecho de arriesgar a la dulce ciencia de los puños en esta brega contradice todo el amor que Mayweather afirma tenerle al boxeo. La plata lo compra todo y 300 millones de dólares parecen razón suficiente para que el otrora rey del cuadrilátero abandone sus no tan sólidos principios.

Y cambiando de personaje central, el dinero es también la manzana de la discordia en el caso de Neymar. Es penoso ser testigos de un idilio que terminó con los catalanes sintiéndose engañados. La directiva culé manifiesta que hace tan solo nueve meses le cumplieron todos los requisitos al brasileño para que renovara su contrato. Poco tiempo después, el inesperado adiós por una cifra astronómica de dinero. Ney la rompe en París y despotrica de los dirigentes culés y estos, a su vez, le entablan una demanda millonaria. Muy triste final para un romance que, en la cancha al menos, funcionaba de maravillas.

Alguien debiera recordarles el espíritu del deporte. Alguien debe decir basta.

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