ROLANDO CHUMPITAZI Enviado especial

En el Khumbu, los helicópteros pasan por debajo de tus pies. Cuando eso pasa es que estás a más de 3 mil metros, que las cumbres nevadas están frente a tus ojos y que, si te provoca, podrías agarrar un pedazo de cielo estirando los brazos hacia arriba. Estoy en Nepal, en plena cordillera de los Himalayas, el hogar del Everest, el K2, el Kanchenjunga, el Sisha Pangma y otras tantas montañas que son el techo del planeta. Estoy donde, dicen, vivió el Yeti, ese abominable hombre de las nieves que por acá tiene su propio monasterio. Es también el hogar del pueblo sherpa, hombres y mujeres de sonrisa fácil, contagiante y hospitalaria que te tratan como uno más.

Entre los nevados más altos y hermosos del planeta, los helicópteros pasan una y otra vez llevando y trayendo cosas. También llevan a expedicionarios y montañistas. A los pro, a esos que escalarán montañas de 7 mil u 8 mil metros. Y van ellos con su equipamiento profesional, sus cuerdas y sus carpas. Y con sus sherpas. Los otros, los amateurs, los advenedizos, vamos a pie. A menos que tengas plata, claro.

Yo voy con mochila a la espalda. Con mis botas y bastones de trekking me siento un astronauta. Camino como quinceañera con tacones. No tendré mucha experiencia en esto del trekking, pero tengo como guía a Carlos Soria, el montañista español de 74 años, quien ha subido ya 11 ochomiles (montañas superiores a los 8 mil metros sobre el nivel del mar) y encabeza esta variopinta manada de expertos y primerizos.

La Expedición BBVA Carlos Soria Kanchenjunga 2013 reúne a 11 personas venidas de España, Venezuela y Perú. Soria, Luis Miguel López, Dani Salas y Carlos Martínez son los montañistas que irán al Kanchenjunga. Los otros siete entre los que figuran 4 empleados del BBVA y 3 periodistas de España, Venezuela y Perú acompañamos al grupo solo hasta Dhole, a 4110 metros de altura, y regresaremos nuevamente a Lukla. Soria, en cambio, seguirá su entrenamiento hasta los más de 5,500 msnm, antes de regresar a Katmandú y volar hacia el campo base del Kanchenjunga. Y empezar a escalar.

Los helicópteros son el medio de transporte más rápido en estas tierras. El otro es el Yak, un bovino grande y lanudo oriundo del Himalaya y del Tibet que, noble, asciende y desciende las montañas llevando y trayendo el equipaje de quienes hacen el trekking al Everest. Y de cuando en cuando, se despoja de su carga para servirle de transporte a alguna turista europea, colorada, fatigada y abultada que no soporta el trajín de la trepadera y sigue a lomo de bestia. Lo que sufre el animal.

AGÁRRATE, VARÓN Tras unos días de compras y aprovisionamiento en Katmandú, la capital nepalí, estamos en Lukla, el pueblo de entrada al valle del Everest. Acá hay hoteles, comercios y restaurantes. También hay muchos turistas, la mayoría europeos bañados en bloqueador y forrados hasta las orejas. Japoneses y chinos como cancha. Latinoamericanos pocos. Brasileños, venezolanos y argentinos. Españoles a granel. ¿Peruanos? Dos, quien esto escribe y uno más. Cuando ven tu pasaporte no saben ni pronunciarlo. Ah, Pirú.very far country?. Y, sí, recontralejos mi sherpita.

En Lukla hay también un aeropuerto que desde el aire no es lo que es. Tiene el honor de ser considerado por NatGeo como el más peligroso del mundo, algo de lo que te enteras convenientemente cuando ya aterrizaste. La pista tiene 450 metros de largo y una inclinación de 19 grados. Osea, no es una pista recta. Al aterrizar, hay que hacerlo con el freno en la mano. Al despegar, hay que elevar la nave antes que se acabe la montaña. Como si fuera un portaviones. Al final de la pista, hay un muro de concreto con un mallado de alambre donde, cual tribuna de cuervos, decenas de curiosos esperan un trágico desenlace que nunca ocurre.

DE LA CABEZA A LOS PIES Vestido de pies a cabeza como el más experimentado escalador botas, pantalones, bastones, casaca, lentes y gorro, voy a la cola del grupo. Siento que la adrenalina fluye. Mis primeros pasos son descontrolados. No encuentro sincronización entre brazos y piernas. Los bastones, pienso, no son de mucha utilidad. Usa la cabeza, me dice Nacho Tena, funcionario del BBVA de España y quien algo sabe de esto: acompañó a Soria en sus últimas tres expediciones.

La cabeza es el músculo que más se utiliza en la montaña. El que más hay que ejercitar. El que domina tu trekking. Más que brazos y piernas. Si estás bien de la cabeza, todo es más fácil, me aconseja Carlos Martínez, el médico del grupo.

Hago caso y cuando las fuerzas empiezan a decirme chau, aparece la pensadora. Pensar es bueno, ayuda a enfocarte, me dice Carlos Soria en medio de un humeante café a más de 4 mil metros de altura. Y ahí estoy en la montaña, solo, pensando. Tanto pienso que mientras camino, voy memorizando cada detalle del paisaje y voy construyendo relatos mentales. En 7 días he pensado crónicas, relatos y pequeñas historias que hoy no recuerdo, pero que me sirvieron para continuar. Para ganarme a mí mismo.

INOLVIDABLE En el Himalaya la distancia entre los pueblos no se mide en kilómetros, sino en horas. Caminas entre 4 a 5 horas diarias, asciendes 500 metros diarios, pero nunca sabes cuánto caminas. Solo que subes y bajas, que doblas y escalas. Que tus rodillas sufren con las escaleras de piedras, que debes cuidarte en el barro y en el hielo. Solo sabes que tus brazos deben guiar con firmeza los bastones, que son tu tracción delantera.

En la montaña debes abrir bien los ojos. Más que para ver el peligro, para admirar el paisaje. No solo están allí los nevados más grandes del planeta. Están los sherpas y sus pueblos. Sus cabañas, sus costumbres, sus niños que nemasté mediante, te saludan y acompañan. Está la garlic soup, el dal bhat, el pollo tandori y el momo chicken, la comida que me alimentó durante 7 días. Están el black tea y el mint tea, herencias del colonialismo inglés. Están las stupas, los chorten, las catas, los ojos de Bhuda y demás generadores de oración, símbolos del budismo tibetano, la religión que predomina en esta parte de Nepal.

Está todo ello y más. Y está el helicóptero volando sobre tu cabeza, señal que el trekking se terminó, que estás en Lukla y que ahora el viaje es de regreso a casa.