Horacio Calcaterra ha defendido solamente tres equipos en el país: Unión Comercio, Universitario y Sporting Cristal. (Foto: USI)
Horacio Calcaterra ha defendido solamente tres equipos en el país: Unión Comercio, Universitario y Sporting Cristal. (Foto: USI)
Jerónimo Pimentel

Muchos peruanos, azuzados por la ola de xenofobia que ha generado la migración venezolana, han tomado el verso del poeta de manera literal. El mundo del fútbol es una expresión cultural y no tiene por qué ser más alturado que la sociedad que lo cobija. El reflejo patriotero ha alcanzado, esta vez, a . Es una pena.


El rosarino tiene casi ocho años jugando en el Perú (cumple de sobra los cinco que exige la FIFA) y conoce el medio mejor que muchos futbolistas locales. Es un volante versátil, con llegada y asistencia, y puede cubrir perfecto un sector donde no abundan las opciones. Haber jugado en Unión Comercio, Universitario y Sporting Cristal le da un conocimiento profundo de la idiosincrasia local y ha compartido vestuario con varios de los actuales seleccionados. Probarlo en amistosos, finalmente, es solo una manera de aumentar la lista de convocables. Calcaterra merece tener esa chance.


La nacionalidad entendida como pureza ha sido un concepto relativamente ajeno al proceso de Ricardo Gareca, salvo por la polémica alrededor de Lapadula, que resolvió en su momento el delantero con su decisión de jugar por Italia. Tampoco al revisar la historia del balompié peruano es posible encontrar grandes resistencias a los nacionalizados; salvo, quizá, por lo ocurrido en el velasquismo contra otro Horacio, Ballesteros, quien fue prohibido de representar al Perú por orden del dictador nacionalista. Al respecto existe cierto consenso, luego del papelón de ‘Chicho’ Uribe en Montevideo, que con Ballesteros en el arco clasificábamos a Alemania 74. Cuatro años después, ni siquiera la dolorosa goleada ante Argentina logró empañar la reputación de Ramón Quiroga, quien fue el guardameta indiscutido en España 82. Julio César Balerio y Óscar Ibáñez fueron recibidos en la Blanquirroja, décadas después, con entusiasmo y normalidad.


Desde esta perspectiva, lo de Calcaterra no llega a ser, ni siquiera, polémico. Tiene una vida aquí. Uno pensaría que los casos de Benavente, Rhynner o Callens podrían ser discutidos, pero se ve que existen fuerzas ajenas al deporte que buscan inflamar el chauvinismo con fines subalternos. Este es un signo retardatario que debe ser rechazado con firmeza.


La última Copa del Mundo fue una exhibición de cómo el deporte profesional ha entendido la complejidad inherente a la idea de identidad nacional en un mundo marcado por las migraciones masivas y los desplazamientos. Por ello, ha creado un marco, en continua revisión, que establece los criterios para que, una vez comprobado el lazo (herencia, sangre, permanencia), se premie la decisión individual, tanto del futbolista como del seleccionador. Ir en contra de ello con soflama es torpe, injusto y anacrónico. ¿Dónde, finalmente, reside la peruanidad como absoluto? Provocaría preguntárselo a San Martín o a Bolívar.

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