Nunca hubo necesidad de buscarle un alias. Si Vargas era el Loco, Pizarro el Bombardero o Farfán la Foca, Paolo era así, de cuna. Es lo que dicen de los elegidos: hay una mano que los toca mucho antes de nacer. Puede ser Dios o también la señorita que firma el documento de la Reniec: se llamará Paolo Guerrero. Su biografía se encargó luego de hacerle justicia, desde el día que que tomó maletas para Múnich a los 17 años, o en ese primer partido en Lima con la selección, ante Chile —aquel gol del rebote— en el Nacional. O la noche del 10 octubre del 2017 en que no escuchó a nadie, respiró profundo y pateó el tiro libre más esperado de los 200 años de nuestra historia republicana. La verdad estaba en su apellido. Paolo siempre fue Guerrero. Y guerrero.