Rafael Nadal con el trofeo del Roland Garros. (Foto: AFP)
Rafael Nadal con el trofeo del Roland Garros. (Foto: AFP)
Jerónimo Pimentel

No por reiterada la victoria de en París deja de ser meritoria. Todo lo contrario. Nunca nadie ha ganado 12 veces el mismo torneo de Grand Slam –superó los once que tenía Margaret Court en Australia– con la excepción del español, sin duda el mejor tenista en arcilla que jamás se ha visto en este deporte.

No se puede responsabilizar a Dominic Thiem de no haberse impuesto en la final. Tanto en el primer set como en el segundo demostró su potencial, del que destaca su soberbio revés a una mano. El problema es que salvo el mejor Novak Djokovic y eventualmente el austríaco, no hay profesional en el circuito que sea capaz de sostener intercambios en polvo de ladrillo contra Nadal.

Nadal tras su duodécimo Roland Garros: "Si algún día pierdo, no me importaría que fuera ante Thiem" | VIDEO. (Foto: AFP)
Nadal tras su duodécimo Roland Garros: "Si algún día pierdo, no me importaría que fuera ante Thiem" | VIDEO. (Foto: AFP)

Hacerlo implica un ejercicio atlético y técnico brutal: rallys largos desde la línea de fondo, cambios de efecto y altura, ángulos imposibles, drops y globos no como excepción sino como recursos cotidianos.

La parte mental supone un desgaste aparte: variar de posiciones defensivas a ofensivas, asimilar que se escapen puntos que parecen ganados, mantener la eficiencia del segundo servicio, cambios de estrategia constantes. Thiem pudo mantener este rigor por momentos, pero Nadal lo puede resistir siempre. Los torneos a cinco sets premian no solo el talento, sino su constancia.

—Los rivales—

Dos consecuencias se desprenden de cara a la ATP. La primera es que el dominio de los viejos maestros se mantiene intacto y va en paralelo como si fuera un torneo aparte. Los 18 grandes de Nadal compiten con los 20 de Federer y los 15 del serbio. Los mortales no tienen cabida en este juego.

La segunda consecuencia es que la nueva generación está dejando de serlo y aún se mantiene incapaz de horadar el dominio de la élite. Thiem, Zverev y Tsitsipas compiten por el cuarto lugar, lo que parece poca recompensa para tremendos dotados.

Alrededor de Kyrgios pende una mezcla de reparo, duda y fastidio que difícilmente se resolverá en una fábula feliz, a juzgar por el comportamiento del australiano. Pouille, Paire, Shapovalov, Medvedev y Khachanov aún son inconsistentes y no parecen tener las herramientas para tentar estas alturas. El tiempo se está demorando en mostrar las fisuras de los genios y esto habla, de nuevo, de cuánto se ha extendido una época que será recordada como excepcional.

Acabada la temporada de arcilla, donde se exhibe el dominio más totalitario de todos (Nadal solo ha perdido en Roland Garros dos partidos en quince años, un récord que cuesta imaginar), es posible que Wimbledon y el Abierto de Estados Unidos permitan medir la temperatura de los aspirantes de nuevo.

El año ha dado la impresión de que Djokovic está en perfecta forma y que, en condiciones climáticas estables, puede revalidar su título británico. Ninguno de los dos torneos favorece especialmente al estilo de Nadal, pero el ibérico viene asentado en el físico y la cabeza. Federer, a su vez, se va de la temporada de arcilla con sensaciones positivas y dispuesto a atacar el césped, donde logra sus mejores desempeños.

Difícilmente Juan Martín del Potro, Anderson, Isner o Nishikori podrán superar la doble barrera que hay por encima de ellos, aunque la victoria de Stan sobre Tsitsipas, hace unos días, quizás haya sido el mejor duelo en Francia y permita vislumbrar alguna sorpresa.

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