Fabio Fognini celebrando su victoria en Montecarlo. (Foto: AFP)
Fabio Fognini celebrando su victoria en Montecarlo. (Foto: AFP)
Ricardo Montoya

El deporte es realidad, pero puede ser fantasía. Cuando esto ocurre de forma sostenida, y de la repentización se hace una práctica habitual, como en el caso de Messi o Federer que convierten lo extraordinario en rutina, los adjetivos para definir sus maniobras suelen emparentarlos con lo alienígena. En cambio, los calificativos son otros cuando la impronta no es continua y los ejecutores encuentran esporádicamente en el registro de sus talentos algún prodigio. Es por eso que al arte deportivo ocasional que ellos despliegan se le llama magia.

Fabio Fognini, la rejuvenecida versión de Ilie Nastase por talento e irascibilidad, consiguió el domingo pasado, a poco de cumplir 32 años, su primer título Masters 1000. Lo obtuvo de forma inesperada. Fabio tenía un problema muscular en la pierna derecha, tenía también un cuadro difícil de oponentes que incluía si avanzaba a Zverev y Nadal; y lo aquejaba una bursistis traicionera en el codo que prácticamente lo descartaba de la lucha por la corona de Montecarlo. Ajeno a las presiones, su raqueta se empeñó en parecer una extensión corpórea del brazo del ‘Mago’ Fognini, que dejó incrédulos con su precisión a los espectadores del Principado. Pasada la treintena y, por esta vez, Fabio ha podido agregarle consistencia a su inexplicable irregularidad. En los 90, otro gitano como él, Guillermo Coria, era capaz de barrer a Agassi en Roland Garros para desdibujarse en el siguiente acto ante Martin Verker, un rival complicado, pero sin la gama de virtudes del argentino. Fabrice Santoro, de estilo heterodoxo y golpes efectistas, completa la trilogía de magos de la raqueta.

En el fútbol, quizás el epítome de la habilidad intermitente le haya correspondido a Jorge ‘El Mágico’ González. Habiendo conseguido mucho menos que Maradona en Italia, el salvadoreño es en Cádiz un símil de lo que representa Diego en Nápoles. Pasan los años y los gaditanos lo incluyen en su acervo popular y en sus canciones: “Sé de un indio que tiene en los pies su manera de ser, su varita y su chistera. Y cuando le dio la gana, a golpe de filigrana, a la afición más pagana, convirtió a la religión”.

‘Mago de la Estrategia’ fue Sepp Herberger, el técnico alemán que cuidó a su mejor once en la fase preliminar contra los húngaros para cobrarse la revancha en la final del inolvidable Milagro de Berna de 1954. Entre 1948 y 1956 el ‘Ballet Magiar’ de Puskas, Koscsis y Hidegkuti jugó 52 partidos y solo fue derrotado esa única vez por los germanos, por la lluvia y por la sapiencia surrealista de Herberger.

‘Magic’ le decían tanto a Earvin Johnson como también a Ayrton Senna. El brasileño, cuando se equiparaban las condiciones de los autos de la Fórmula 1 con lluvia, por ejemplo, relucía más que nunca. Johnson, por su lado, es de esos extraños casos en que la habilidad y la constancia forman una combinación irrepetible. El basquetbolista de los Lakers está considerado ente los cinco mejores jugadores de la historia.

En suma, está claro que ganadores o no, nuestra arqueología sentimental está impregnada de deportistas que se animaron a intentar cosas nuevas en sus respectivas disciplinas. Una rabona, una gran Willy o un bolo punch pueden, si se miran bien, ser conejos que salen de la galera.

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