Daniil Medvedev, tenista ruso. (Foto: Reuters)
Daniil Medvedev, tenista ruso. (Foto: Reuters)
Jerónimo Pimentel

Para los nostálgicos que crecieron viendo jugar Kafelnikov, Safin y Davydenko, el vacío del tenis ruso masculino de la última década era un tanto inexplicable. La evolución del juego y las condiciones socioeconómicas de Europa del Este favorecieron, en los últimos 15 años, el protagonismo de un buen número de tenistas eslavos en los ránkings, pero en el caso de Rusia, en el lado masculino, apenas el temperamental Mijaíl Yuzhny levantaba cabeza de tanto en tanto. Así, mientras Sharapova, Dementieva, Safina y Kuznetsova amenazaban eventualmente la primacía de las hermanas Williams, sus compatriotas en la ATP carecían de cualquier protagonismo. Esa sequía parece haber terminado.

Daniil Medvedev, Karen Khachanov y Andrey Rublev conforman la nueva camada moscovita. Los tres apenas superan la veintena de años, son prolijos técnicamente y poseen una de las características típicas de la casa: tienden a ser tiempistas perfectos desde la línea de fondo. Los dos primeros ya son top ten, mientras que el atleta que comparte nombre con el pintor que da nombre a la película de Tarkovsky se acaba de meter en octavos de final en el Abierto de Estados Unidos.

Medvedev es quizás el más interesante de todos, por su estilo a contrasentido de la tendencia global. En vez de favorecer el topspin y la velocidad, golpea tiros planos y juega más a confundir con cambios de ritmo. Por momentos recuerda a Gilles Simon, pero sin elegancia. Tsisipas, una de sus víctimas usuales, define su juego como “extraño” y “relajado”; el NY Times lo ha calificado sin más de “feo” y los más sutiles de “heterodoxo”. En resumen, es un oponente difícil que privilegia provocar el error a obtener el “winner”, tanto que ha ganado sus dos últimos partidos ante Djokovic y es quien más victorias suma este año. Sus maneras en la net, curiosamente, asemejan a las del bádminton.

Khachanov (algunos lo escriben Jáchanov), en cambio, es pura fortaleza. Se apoya mucho en su 1,98 m de altura para el saque y posee un drive brutal. Quizás, a diferencia de Isner o Raonic, posee más agilidad, a la manera de Tsonga pero sin la excentricidad del francés. Lo suyo en adelante será buscar consistencia y sumar golpes, quizás perfeccionado el revés a dos manos.

El menor de ellos, Rublev, asemeja a un metrónomo en sus mejores momentos, como se vio ante Kyrgios hace unos días. Como la mayoría de jugadores rusos es feliz desde el fondo, desde donde gusta llevar el juego al extremo físico. El problema para él son las lesiones, que lo han castigado ya a temprana edad, y quizás cierta falta de creatividad entendida como la capacidad de romper el patrón autoimpuesto.

Ninguno de los tres está consolidado, pero tienen herramientas y potencial para vivir en el top 20. En la década que viene Rusia poseerá un equipo sumamente competitivo que le debería dar alegrías en la Copa Davis, como en el 2002 y el 2006.

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