Innovación
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Redacción Economía

Hace pocos días leía un artículo publicado en “El País” sobre el trabajo en el futuro cercano, en donde se habla ya de una cuarta revolución industrial en la que primará la flexibilidad, la movilidad y el conocimiento en el mundo laboral.

Para las empresas y sus trabajadores será “adaptarse o morir”, como si fuera parte de un proceso de transformación biológica del ser humano. En el mundo globalizado, empresas como Uber, Airbnb y Amazon señalan el camino.

Mientras, en el Perú, seguimos hablando de la estabilidad laboral como si fuera la agenda más importante del ministro, de la dirigencia sindical y de nuestros representantes en el Congreso. La necesidad y velocidad que requieren las empresas, sin embargo, es otra, que parecería no interesar. Lo cierto es que son las empresas el motor del empleo y de la estabilidad de los trabajadores.

La estabilidad laboral es un concepto mal entendido. Se ve como una gran victoria legislativa del mundo laboral peruano, una reivindicación gremial que hay que proteger, una bandera sindical a defender a como dé lugar. Lo cierto –como se parece olvidar– es que solo existe en cuanto existe la empresa en donde se trabaja. Sin empresa no hay estabilidad laboral que nos preocupe discutir.

Los empresarios son los más preocupados de cuidar el talento humano, de capacitarlo, de perfeccionar su competencia, de retenerlo y remunerarlo en forma adecuada. Lo último que quisieran es perderlo. La empresa moderna sabe perfectamente que, sin su fuerza laboral, sin los cuadros humanos correctos, no podría sobrevivir. Sabe que lo más importante de su éxito es la gente que trabaja en ella, y que por tanto tiene que ser un buen empleador y tener un buen gobierno corporativo.

La empresa peruana es así. En el mundo moderno no se necesita decirle a un empresario cuánto pagarle a un trabajador, cómo cuidarlo para no perderlo, cómo evitar que se le vaya. Lo que sí no se le puede decir es que esté obligado a retenerlo.

Y eso es lo que pasa en el Perú. La autoridad laboral tiene como principal preocupación legislar sobre ese único aspecto de fondo. La modernidad, la flexibilidad y el conocimiento que necesita la empresa parece no tener importancia. El empleo formal es menos del 30% de la masa laboral del país, y son las empresas formales que cumplen la ley las más preocupadas por cuidar a sus trabajadores.

Son empresas modernas que no pertenecen al mundo del mercantilismo de otra época, que no explotan a sus trabajadores y que quieren lo mejor para ellos. Lo hacen porque los necesitan y saben que el éxito de la empresa depende de ellos. Sin embargo, las empresas tienen que evolucionar constantemente, hay momentos en que deben cerrar operaciones, buscar eficiencias, reducir personal con el objetivo de competir y con el tiempo volver a crecer.

Yo viví una experiencia a mediados de los años noventa, felizmente con una legislación laboral más flexible que la actual, en la que como consecuencia de la estrategia de crecimiento nos vimos obligados a eliminar muchos puestos de trabajo y por tanto despedir a cerca de 900 trabajadores, casi el 40% de la población laboral de la empresa en aquel tiempo.

Los trabajadores que salieron de la empresa recibieron una compensación que fue justa. En ese momento fue el “adaptarse o morir”, y con las eficiencias logradas, Alicorp logró competir y crecer. Hoy emplea a más de 7.000 trabajadores, de ellos 4.500 en el Perú, y es la compañía que todos conocemos en el país y que compite con eficiencia en el mundo.

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