(Foto: El Comercio)
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Una de las concesiones más importantes en el país es la del ,otorgada en noviembre del 2000 a un consorcio formado por Fraport AG Frankfurt Airport Services Worldwide, Bechtel Enterprises Services Ltd. y Cosapi S.A. Era ministro de Transportes Augusto Bedoya Cámere y aún recuerdo su impresión cuando el consorcio ganador ofreció una retribución de 46,51% de sus ingresos brutos. Diecisiete años después, debido al crecimiento del país, a la intensificación de su comercio y a un mayor flujo de pasajeros, el AIJCh no tiene capacidad suficiente para atender a esta demanda creciente, tanto de pasajeros como de carga. En fecha reciente y después de 10 años de espera, se firmó la adenda para ampliarlo.

A pesar de requerir ampliación, después de otorgada la concesión, el aeropuerto siempre nos ha llenado de orgullo: hemos obtenido el premio otorgado por el Skytrax Research como el mejor aeropuerto de Sudamérica en el 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014 y 2015; y sus instalaciones y servicios de Duty Free, restaurantes, cafés, hotel, salones VIP, tiendas, entre otros, nos hacen sentir parte del Primer Mundo.

Las cifras del aeropuerto son impresionantes. Al cierre del 2016, se registró una inversión total de más de US$376 millones y el Estado ha recibido más de US$1.800 millones entre la retribución del contrato de concesión, el pago de impuestos y la contribución al Ositrán.

Cuando transfirió al concesionario el terminal, este tenía 39.400 m²; hoy el área llega a los 86.700 m², vale decir, es 220% mayor. La plataforma, que era de 165.000 m², hoy tiene 360.000 m².

Las 18 posiciones que había para aviones hoy son 54; no había ninguna manga y ya contamos 19; el número de fajas para maletas ha aumentado de tres a seis. No existía el Perú Plaza y, dentro de la zona de llegada internacional, había gente que, “amarrada” con el aduanero, pugnaba por sacarte la maleta por una módica suma que luego se repartía con los “vistas” de aduanas. Hoy hay un espacio especialmente preparado para declarar lo que se quiera ingresar al país y unas máquinas que, aunque nos obligan a cargar pesadas maletas (¿penitencia por el exceso de compras?), han eliminado la corrupción de antaño. Pero algunos temas, muy incómodos para los viajeros, siguen sin resolverse. Se trata, por ejemplo, de los carritos portaequipajes que en el AIJCh son antiguos, están malogrados y cuyo uso es casi imposible, salvo que se cuente con la gentil ayuda de alguien, o se asista regularmente a entrenamiento de boga.

Incluida en el pasaje, el viajero paga una tarifa unificada de uso de aeropuerto (TUUA), que debe cubrir, entre otros, el servicio de los carritos portaequipaje. Estos carritos maleteros que incluso pueden ser utilizados para exhibir publicidad comercial y generar ingresos adicionales por la misma, ¿necesitan ser viejos, pesados, feos y trabados? Definitivamente hay acá una magnífica oportunidad de mejora.

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