Rodrik visitó Lima para participar en el XVIII Seminario Anual de Investigación del Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES), cita que fue patrocinada por El Comercio. (Foto: El Comercio)
Rodrik visitó Lima para participar en el XVIII Seminario Anual de Investigación del Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES), cita que fue patrocinada por El Comercio. (Foto: El Comercio)
Luis Fernando Alegría

El profesor de Harvard estuvo por algunas horas en Lima el último miércoles. Una de esas horas la pasó en un vehículo oficial del Banco Central de Reserva, en medio del tráfico entre Miraflores y el centro. “¿Todavía falta mucho?”, me preguntó en uno de los atracones, pensando en llegar a tiempo a su cita. Lo mismo se preguntan muchos economistas sobre el Premio Nobel que Rodrik, el mayor experto vivo en temas de desarrollo económico, tiene pendiente de ganar. Rodeados por vehículos y ruido de bocinas, Rodrik compartió con El Comercio su visión sobre cómo hacer avanzar a un país que, en términos de productividad, hace años está como el auto que nos transportaba esa mañana: inmóvil y sin una idea clara de cómo avanzar.

— Robert Lucas, uno de los fundadores de la macroeconomía moderna, dice que la productividad es todo para el crecimiento económico de largo plazo. ¿Está de acuerdo?
Eso es absolutamente correcto. Sin duda, es la esencia. En el largo plazo, la productividad lleva al crecimiento, incluso si se muestra como inversión de capital: se invierte para capturar beneficios de productividad, así que al final, como motor del crecimiento, a través de la historia la productividad ha sido clave.

— Para apuntalarla, ¿qué recetas se puede seguir?
Los remedios estándar en los que se piensa cuando se habla de incrementar la productividad están incompletos y no son de mucha ayuda. Una receta estándar es que tienes que mejorar en innovación, capital humano, instituciones, infraestructura. Por supuesto que debes hacerlo, pero esa es una agenda tan amplia y ambiciosa que es como decir: “Para hacerte más rico, primero tienes que ser rico”.

— ¿Cuál es la otra?
Otra alternativa que históricamente ha funcionado, y más como un atajo, es estimular el crecimiento con la industria manufacturera, en especial la que se orienta a las exportaciones. Esa pequeña parte de la economía puede empujar la productividad del país como un todo porque es fácil absorber tecnología y mano de obra en ese sector.

— ¿Cuál de estas recetas podría funcionar en un país como el Perú?
Desafortunadamente, no son caminos que estén abiertos para el Perú u otros países de ingresos medios. El Perú ya está más allá de la etapa en que puede fomentar la industrialización; y no creo que industrializar sea una tarea factible para el Perú. Ninguna de las dos recetas principales es factible.

— Entonces, ¿cuál podría ser un buen punto de partida?
Eso nos deja en un mundo nuevo, donde no hay recetas establecidas y la única forma que se me ocurre para avanzar es moverse en una manera no ideológica y muy pragmática de trabajar junto al sector privado. Creo que eso es un marco mental maestro que se necesita aplicar en cualquier economía que enfrenta el reto de mejorar la productividad.

— Pero, en paralelo, sí se debe avanzar en infraestructura, innovación, educación e institucionalidad...
Se tiene que entender que esos son procesos de muy largo plazo, no puedes hacer todo a la vez. Entonces, requieres un enfoque de diálogo y colaboración con el sector privado, donde, por un lado, intentas dejar que identifiquen qué cosas tienen que hacer ellos para mejorar su productividad y oferta de empleo; y qué tiene que hacer el sector público para coordinar y dar las soluciones que el sector privado pueda necesitar.

— Las mesas ejecutivas en el Perú buscaron traer este marco mental. ¿Cuál es su lectura de ellas?
En el caso del Perú, creo que hay casos de éxito en acuicultura o forestal. Los retos son generalizar estos ejemplos a otras partes de la economía y que esto sea una prioridad para el gobierno como un todo, no solo para un ministerio. Así se puede lograr el tipo de coordinación que se requiere.

— Pero se corre el riesgo de caer en intervencionismo.
Es totalmente diferente. Creo que el gobierno activamente interviniendo es tan malo como un gobierno diciendo que va a dejar al sector privado solo. Todos los casos de éxito, en particular los asiáticos, se basan en un tipo de colaboración pragmática en que el gobierno está presente, pero no capturado, por el sector privado.

— ¿Es algo que debería trascender la ideología?
El Perú ya ha invertido una cantidad significativa de tiempo y reformas para alejarse de las estrategias intervencionistas. No creo que se deba convertir esto en una batalla ideológica entre el libre mercado versus el intervencionismo, eso es un debate muy improductivo. Ninguno de los dos, por sí solo, funciona. Es un área de reforma como cualquier otra, en que los gobiernos deben aprender cómo hacerlas.

— Dada la importancia de la minería en la economía peruana, ¿sería positivo diversificar alrededor de ella?
Yo pondría a la minería con otros sectores desarrollados de la economía peruana, como la agroindustria, la manufactura o los servicios. Preguntaría cuáles son los vínculos de estas industrias con proveedores de pequeña y mediana escala, cómo se pueden mejorar y cómo la tecnología, conocimiento del mercado, ‘know-how’ en estas industrias frontera se pueden compartir y expandir entre las comunidades, sus proveedores, trabajadores e intentar ayudar e incentivar y remover los obstáculos necesarios. Dado que es un sector tan importante, es un lugar obvio para buscar, pero no priorizaría la integración vertical en minería sobre otras áreas.

— En su último libro, usted afirma que la globalización ha propiciado la proliferación del populismo. ¿Cuál es la lógica de ello?
Las etapas más avanzadas de la globalización tienden a generar peligros para una reacción populista, porque crean desigualdad en la distribución de la riqueza. Se genera una división no solo económica, sino social y política, que se convierte en una oportunidad que los populistas demagogos pueden explotar.

— ¿Este proceso es irreversible?
El problema es que hemos tenido una globalización muy sesgada, que no ha producido tanto beneficio para los pequeños trabajadores, incluso en los países desarrollados. Podríamos fácilmente imaginar que la globalización se puede rebalancear, de manera que genere mayores beneficios, que devuelva la legitimidad a la economía mundial y, si estamos dispuestos a hacer eso, sería la forma de responder a la reacción populista.

— ¿Cómo ve la economía mundial en los próximos años?
La tendencia de crecimiento del mundo desarrollado ha bajado en 0,5 o 1 punto porcentual, y 1,5% de crecimiento es lo que veríamos en el mundo como un todo. La zona euro tiene un profundo problema estructural que hace su recuperación bastante frágil.

— ¿Y su panorama para EE.UU.?
Tenemos el gran problema de la desigualdad y exclusión social, que ha resultado en la elección como presidente de un populista demagogo. Eso va a profundizar las divisiones y el problema de la reacción populista eventualmente será peor. Eso va a tener repercusiones económicas que van a deprimir el crecimiento, pero me preocupan más las repercusiones políticas que las económicas.

— Finalmente, ¿cómo ve la economía de China?
China es una economía que tiene una habilidad sorprendente para ajustarse y evitar crisis grandes. Cada vez han sido capaces de generar un crecimiento suficientemente alto que hizo desaparecer sus problemas financieros. Es difícil decir si esta vez van a poder lograr el mismo truco, pero ciertamente hay desbalances severos en su sector financiero y en su estrategia de crecimiento que sugieren que, si fuera otro país, habría que ser muy pesimista.

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