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Redacción Economía

Tengo dos imágenes tatuadas en mi retina: el gol de Guerrero y el cuerpo llevado a rastras de Micaela de Osma. En un país de igualdad, esta columna estaría dedicada solo a hablar de nuestra proximidad al Mundial después de 36 años. Pero no.

No puedo escribir solo sobre un fútbol que celebra y contiene lo mejor de la autoestima nacional, mientras existan peruanas que viven a rastras, con el orgullo demolido a palos por la brutalidad del machismo.

 No se puede ser una nación verdaderamente cohesionada, mientras sigamos viendo discrepancias fundamentales en la vida cotidiana. La violencia es tácitamente permitida y aceptada por todos, y se vive desde el tráfico en horas punta, hasta dentro de un estadio de fútbol.

Como marketera, defiendo un principio fundamental: no existe márketing, por más extraordinario que sea, capaz de arreglar un mal producto. En esfuerzos por hacer del Perú una de las mejores marcas del mundo, encontramos una disociación tan profunda en su esencia, que da como resultado una ruptura conceptual. La convivencia de hábitos terriblemente negativos como la corrupción, el abuso y la prepotencia son solo agudizados por una sociedad que los acepta.

 Hemos logrado en el fútbol resultados que reflejan un país que durante las eliminatorias no se siente menos que nadie. Tenemos la obligación de recortar la distancia entre el país que queremos ser y el que somos en verdad. Sigamos avanzando a paso firme hasta lograr que la última mujer maltratada tenga el valor de entender que no puede vivir sometida al abuso. Hasta que el último hombre entienda que lo único que puede agarrar a patadas es una pelota.

* Ximena Vega Es CEO de Claridad Coaching Estratégico. Léala dentro de seis semanas.

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