María Rosa Villalobos

A menos de dos semanas del término de este año, nuestro país enfrenta uno de sus momentos más álgidos. Esto podría llevarnos a pensar en que no somos capaces ya de sorprendernos, pero cómo no hacerlo si hay vidas de por medio en este contexto de protestas y bloqueos. Es importante mirar el conflicto con lupa, porque aunque conocido, dista de los problemas registrados durante el primer semestre.

En la mayor parte de estos casi 365 días, la minería estuvo en el ojo de la tormenta. Las Bambas es quizá la compañía minera que más conflictos sociales ha tenido que gestionar, al menos públicamente, y otras empresas de este sector han enfrentado distintas problemáticas. Hoy, los sectores más afectados son la agricultura y el turismo. La minería se encuentra en cierta calma.

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En el caso de la agricultura, además de la dificultad en el transporte y la exportación, el impacto en el empleo será importante dada la modalidad de contratación que maneja este sector. Por otro lado, en el caso del turismo, Cusco será una de las regiones más afectadas, pues como sabemos, vive de los turistas locales y extranjeros. Ambos sectores, además, ya venían lidiando con sus propios problemas como la falta de urea, los cambios continuos de ministros, la tardía flexibilización de las medidas Covid-19 para viajar, por nombrar algunos.

Hoy, es importante no solo mirar y analizar cuál ha sido el camino que han seguido los conflictos sociales y sus motivos, sino también medir y separar sus impactos, pues deben ser atendidos muy ad hoc. No se trata del macro, sino del micro. Aunque el PBI de este año no se afecte de manera significativa, cada región afectada vivirá con las consecuencias de estos desmanes durante los siguientes meses y años. Y no me refiero solamente a las pérdidas económicas, sino también a las vidas humanas. En el ejercicio de que la economía y la política no vayan por cuerdas separadas, hay que recordar que ambas cifras ya son parte de la historia. La inestabilidad es una variable constante. Es bastante común escuchar “ya nada me sorprende” o “es que en este país...”. A veces uno no termina ni su frase. No obstante, lo imperativo, a pesar de nuestra capacidad de pensar que todo es posible, es no relegar la reflexión y trabajar para ser conscientes de que no podemos caer en la indiferencia.

María Rosa Villalobos Editora de Economía y Día 1

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