Por mí, el "Gran Hermano" puede verme trabajar todo el día
Por mí, el "Gran Hermano" puede verme trabajar todo el día
Redacción EC

LUCY KELLAWAY
Columnista del Financial Times

La semana pasada el publicó una historia de miedo sobre cómo las compañías usan la tecnología para espiarnos en el trabajo. Describía cómo y a qué poco costo se pueden esconder sensores en tarjetas de identificación y muebles de oficina para rastrear dónde estamos, con quién hablamos y en qué tono de voz. Los departamentos de Recursos Humanos pueden averiguar cuánto tiempo nos toma llegar al trabajo y cómo nos comportamos una vez que llegamos. En tiendas, centros de llamadas y hasta en salones de juntas directivas, los datos se pueden usar para decidir a quién ascender y a quién despedir.

Me estremecí cuando leí el artículo, como lo hizo la mayoría de los lectores de FT. 1984 se nos ha echado encima, se comentó en línea. ¡El totalitarismo impera! ¡La privacidad se escapa por el desagüe! 

Pero mirándolo con mayor cuidado, la llegada del Gran Hermano al mundo corporativo no es necesariamente algo malo. Ser constantemente monitoreado por dispositivos invisibles puede sonar temible, pero no estoy segura si es peor que ser monitoreado infrecuentemente por seres humanos visibles. 

Bajo el actual arreglo, somos observados de una manera azarosa y poco científica por superiores que quizás ya nos han juzgado, basándose en muy poca evidencia. La “Ley de Sod” decreta que cuando uno hace algo bueno, nadie se da cuenta pero en el momento que uno hace algo malo, lo agarran. Recuerdo un jefe que, esporádicamente, se paseaba por la oficina; cuando se deslizaba detrás de mí, yo invariablemente estaba haciendo una lista de compras o estaba hablando por teléfono con mi mamá. Tal vigilancia no mejoró mi comportamiento, aunque sí aumentó mi sentido de injusticia. Haber sido monitoreada todo el tiempo –lo cual hubiera puesto la lista de compras en el contexto de un comportamiento por lo demás diligente– hubiera sido una gran mejora.
 
En la mayoría de las oficinas una serie de herramientas mayormente inútiles y pesadas se usan para evaluar el funcionamiento, incluyendo las “matrices de competencia”, entrevistas de evaluación y pruebas psicométricas. Juntas son tan ineficaces que según una simpática investigación por la Universidad de Catania, a las empresas no les iría peor si ascendieran a la gente al azar. 
 
Si estamos a favor de las meritocracias, también deberíamos de estar a favor de cualquier cosa que nos ayude a medir el mérito con alguna precisión. Mientras que los datos que recogen los nuevos sensores son casi seguramente demasiado simples para ofrecer mucha ayuda por el momento, no veo razón por la cual con el tiempo (y probablemente bastante pronto) no pudiéramos calcular cuáles peculiaridades son la clave del alto (o bajo) funcionamiento, y hallar una forma objetiva y decente para medirlas. 

Steelcase, que fabrica algunos de los sensores tan despreciados por los lectores de FT, espera que algún día no solo puedan ser usados para monitorear a los subalternos, sino también en el salón de la junta directiva. Aunque es difícil imaginar a los directores apuntando estas herramientas hacia ellos mismos de buena gana, sería una idea estupenda si lo hicieran. Por el momento, monitorear el comportamiento del salón de la junta directiva es imposible, algunas personas de afuera vienen a observar, pero las sensibilidades políticas hacen casi imposible que ellos tengan alguna influencia. 

Pero si, en contraste, todos los directores estuvieran conectados electrónicamente, cualquiera que hablara indefinidamente, bajándole el pulso a sus colegas de la junta, sería fielmente identificado por la tecnología. Igualmente, la persona que hiciera el raro comentario que causara que todos se espabilaran también sería destacado. Saber que los dispositivos están presentes, y saber que el objeto del ejercicio es decir cosas incisivas y controvertidas, mejoraría las reuniones de la junta directiva. 

Se objeta que monitorear el comportamiento en las oficinas mataría la confianza y la espontaneidad, convirtiéndonos a todos en robots. Pero siempre y cuando todos sepan que son monitoreados y comprendan para qué, no veo por qué tiene que ser una idea tan aterradora, excepto quizás para los que abusan, les gritan y acosan a los demás, y han salido impunes hasta ahora. 

La llegada del Gran Hermano podría hacer que el trabajo sea más en vez de menos civilizado. La vida de oficina podría convertirse más transparente y menos política. Y los jefes se liberarían de tener que jugar el papel de policía todo el día y podrían dedicarse a su papel más importante, el de ayudar a que la gente haga un mejor trabajo.

Habría que resolver algunos problemas. Para empezar, el monitoreo extensivo pudiera ser ilegal. También se tendría que asegurar que los empleados no puedan subvertir el proceso, y que los jefes malignos no se ocupen de manipular los datos para sus propios fines sospechosos. 

Sobre todo, para que el sistema funcione, se tendría que tener fe en el régimen que lo implementó. Pero si uno no tiene ninguna fe en el régimen, lo más probable es que uno va a tener problemas de cualquier manera.

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