Tres grandes lecciones que nos deja Silicon Valley
Tres grandes lecciones que nos deja Silicon Valley
Redacción EC

Por: Melvin Escudero, CEO de El Dorado Investments y presidente de CFA Society

Muchos se preguntan qué tienen en común Wall Street (Nueva York) y (San Francisco). Se comenta mucho que en los años 80 y 90 la gran mayoría de graduados de MBA (maestrías en gestión de empresas) de las universidades top buscaban ir a Nueva York porque era el lugar donde se podían construir fortunas y crecer profesionalmente de manera acelerada. 

Sin embargo, en este nuevo milenio, la tendencia ha favorecido también a San Francisco, donde se encuentra la meca más admirada de las , de la innovación disruptiva y de las compañías tecnológicas, y esto gracias a que muchas de esas empresas que algún día fueron pequeñas ahora son gigantes globales que dominan los índices de acciones del mercado estadounidense: Apple, Google, Facebook, Microsoft, etcétera. 

Una primera respuesta a la pregunta inicial es, entonces, que en ambos mercados se pueden construir grandes fortunas y ese es el incentivo que atrae a muchos estudiantes, profesionales e inversionistas. 

La segunda respuesta es más sutil, pero en realidad tiene que ver con el ciclo de crecimiento de las empresas exitosas: de la “idea de negocio” se pasa a la pequeña empresa (start-up) que crece a mediana y ampliando mercados se expande a ser empresa grande que luego se hace pública (lista mediante una oferta inicial) en la Bolsa de Valores, donde millones de inversionistas de todo el mundo pueden comprar y vender (sea de manera personal o a través de sus fondos mutuos o de pensiones) las acciones de esas empresas exitosas.

Esta secuencia de crecimiento empresarial es la que ha llevado a decenas de innovadores disruptivos a las listas top de millonarios y como tal es considerada la ruta soñada por millones de fundadores de empresas nuevas en los sectores más diversos e innovadores que alcanzan la creatividad e imaginación de nuestra especie.

Desde esta perspectiva, el crecimiento económico de un país pasa necesariamente por la posibilidad de tener muchas empresas corporativas grandes (multinacionales), abundantes empresas medianas con mercados crecientes y decenas de miles de empresas pequeñas con potencial de desarrollo disruptivo. Estas empresas son financiadas por inversionistas (mediante la compra de acciones) y por entidades financieras (principalmente, bancos que otorgan préstamos requiriendo garantías).

De ambas fuentes de financiamiento, es justamente el capital (inversión en acciones) el recurso más escaso, más riesgoso y del cual depende el futuro de las empresas.
Pero este capital sigue a empresas que pueden vender crecientemente nuevos productos, que puedan tener mejoras continuas y logren ser competitivas globalmente creciendo en nuevos mercados y tengan la capacidad de ser más eficientes y productivos cada año.

En esta línea, el futuro de las economías dependerá de este proceso dinámico en el corazón mismo del mundo empresarial y es ahí donde surge la apremiante necesidad de la innovación.

Al respecto, esta semana estuve en Silicon Valley, donde pude escuchar a uno de los pensadores más respetados en materia de innovación disruptiva: Clayton Christensen, profesor de Harvard Business School, comentando sobre el dilema del capitalismo actual. 

LAS ETAPAS DE LA INNOVACIÓN

Según este académico, la innovación se puede dividir en tres etapas secuenciales: la “innovación disruptiva” (es el mundo de las start-ups, los nuevos productos y dónde se crea mucho empleo), la “innovación del crecimiento” (se expanden los mercados, se gestiona la compañía, se consolida su tamaño) y la “innovación de la eficiencia” (se busca mejorar los indicadores de rentabilidad y operativos, llega la automatización, mayor productividad y disminuye el empleo).

El dilema surge cuando en este nivel las grandes corporaciones que generan excedentes privilegian inversiones con éxito de corto plazo (mayor retorno y eficiencia inmediatos) en lugar de invertir dichos recursos en innovaciones disruptivas (que en el corto plazo generan pérdidas y cuyos beneficios recién se verán en el mediano y largo plazo). 

En este escenario, las gerencias tienen una gran sesgo a privilegiar sus “compensaciones” y el aplauso de los inversionistas en los mercados de acciones  en lugar de asegurar el crecimiento, competitividad y productividad a largo plazo de su negocio. Este dilema, según Christensen, se tiende a agravar en el contexto actual, donde, debido a las políticas de expansión monetaria masiva en EE.UU., Europa y Japón el capital (liquidez circulante) es muy abundante.

De esta manera, ante la necesidad de mostrar retornos, ese capital abundante termina invirtiéndose en eficiencia cuando su mejor uso debería ser en innovación disruptiva. La situación se pone más interesante porque esa elevada liquidez y las bajas tasas de interés han hecho que la mayoría de instrumentos de mercado de dinero y bonos soberanos paguen hoy por debajo de la inflación, lo cual genera pérdidas reales a los inversionistas.

Peor aun, la creciente aversión al riesgo de los inversionistas observada este 2016 y su rechazo a los activos más volátiles podrían restringir flujos hacia el capital emprendedor (venture capital) que en los últimos años ha estado viviendo un ‘boom’ en los principales ecosistemas de emprendimiento globales como Silicon Valley y sus pares de Inglaterra, Israel y Corea del Sur, entre otros.

UN COMPROMISO TOTAL

Lo cierto es que, independientemente de los efectos positivos que traen “la innovación del crecimiento” y la “innovación de la eficiencia”, para el desarrollo económico y el progreso de los países, según la teoría de Christensen, lo más importante es promover e incentivar la “innovación disruptiva”, la cual tiene mucho más riesgo pero generará nuevos productos y creará más empleo. 

Este dilema de las economías desarrolladas también se extrapola a nuestra realidad local y ahí sí nos deja muy mal parados y nos pone en la obligación de generar cambios trascendentales que permitan que los tres modelos de innovación se realicen de manera exitosa en nuestro país. Pero la más difícil de arrancar y establecer es la innovación disruptiva y por ello es ahí donde el ecosistema de emprendimiento de alto impacto debe empezar a ser construido para que en los próximos años comience a dar sus frutos.

Ello requiere compromiso y planes de acción concretos a efectos de que el plan de diversificación productiva se materialice con amplia participación del Estado, el sector privado corporativo, las universidades, los financiadores de capital emprendedor y los emprendedores.

Ya es hora de tener un plan multianual de largo plazo que en el ránking de competitividad más reconocido del mundo (el ránking WEF 2015-2016) mejore nuestra posición de innovación y sofisticación de negocios del puesto 106 para estar, por lo menos, a la par de nuestros vecinos: Chile (puesto 50), México (52), Colombia (61) y Brasil (64) 

El camino es largo y lleno de dificultades. Sin embargo, no tenemos alternativa y debemos poner el empeño necesario para que la innovación sofistique a nuestras empresas y transforme gradualmente nuestra economía para el bien de todos nuestros ciudadanos. 

Contenido sugerido

Contenido GEC