En el 2008, el país alcanzó su mejor puesto en el ránking de competitividad (35 de 63), y desde entonces mantiene la tendencia a la baja.
En el 2008, el país alcanzó su mejor puesto en el ránking de competitividad (35 de 63), y desde entonces mantiene la tendencia a la baja.
Marco Velarde

Un país que viene reduciendo su capacidad de competir en el mundo, debilita su habilidad de llegar a los objetivos nacionales. El mundo se encuentra en un proceso de cambios sin precedentes, que también afectarán al Perú, y este movimiento abre una oportunidad para reposicionarnos. No podemos darnos el lujo de desperdiciarla. Incrementar nuestra competitividad ya es una política nacional, pero debe trascender gobiernos y apalancar valores de excelencia hacia una visión del Perú. 

El orden internacional liberal creado hace 70 años viene siendo cuestionado debido -entre otros- al incremento en la desigualdad producto de la globalización. Algunos países van tomando nuevos roles, como EEUU que ha escogido alejarse de liderar la protección del orden actual. Mientras otros, como Rusia buscan ejercer mayor influencia. Y nuevos actores, como China, apuntan a reformarlo o armar uno paralelo. Estas presiones traerán una reforma de la estructura mundial. E futuro aun no llega, pero ya empezó a escribirse. 

La economía global también viene cambiando, afectando a nuestra industria. En la última década, el bajo costo del dólar y la apertura de China nos ayudaron a crear una nueva clase media…y el resto es historia. Ahora, a pesar de que los vientos dejaron de soplar y hay una crisis en la región, el Estado sigue obligado a concentrarse en fortalecer la nueva clase media y reducir la pobreza. 

Pero, a la par, la economía mundial va a seguir sufriendo cambios y a diferencia de ayer, los de mañana serán a un nivel exponencial y a una velocidad no antes vista, según analistas internacionales. A nivel global, crecerá la importancia de los mercados emergentes y por temor al estancamiento de las economías avanzadas, el poder económico empezará a migrar al este, al sur y a sus ciudades. Por otro lado, la tecnología, su poder de procesamiento y nivel de conectividad pondrán una cantidad de data sin precedente en manos de empresas y consumidores. La población mundial, debido a la urbanización, migración, mayor expectativa de vida y tasas de natalidad más bajas, empezará a hacerse más vieja. Y los flujos de capital, personas e información incrementarán notablemente, catalizados por la tecnología. 

¿Estamos listos para enfrentar estos cambios? 

La competitividad peruana no es solo una posición en un ranking. En lo más básico, nos dice qué tan preparadas están nuestras empresas para crear productos y servicios que sean demandados por la mayoría de los casi 8 mil millones de habitantes que hay en el planeta. En su mirada mas estratégica, es la habilidad que tiene un país para llegar a sus metas nacionales y proporcionar a sus ciudadanos un estándar de vida apropiado, mantener su seguridad y financiar programas gubernamentales, sobre todo para los mas necesitados. Es decir, por definición es un objetivo nacional. 

En términos operativos, el ranking de competitividad del WEF ubica al Perú en el puesto 72 de 137 y el del IMD en el 54 de 63. 

Pero también podemos medirnos preguntándonos ¿Qué tan productivo es el país? ¿Cuánto incrementa el nivel de ingresos reales de sus ciudadanos? ¿Cuál es el retorno real de la inversión en manufactura? y ¿Cuál es la posición de sus empresas en los mercados mundiales? 

Bajo cualquiera de estos indicadores, debemos mejorar. 

La competitividad ya es una política nacional, sin embargo este desafío debe trascender al gobierno y no ser exclusivamente del Ejecutivo. Por lo mismo, el Perú debe buscar pactar una visión compartida y tener la convicción que es urgente competir. Sin visión, no hay a donde ir; sin convicción, las reformas no aguantarán intereses. Se necesita un liderazgo que gestione este cambio estructural, el cual exige claridad, responsables y compromiso de todos los actores, como se estableció en EEUU durante los 80s. 

Desde el sector privado, las empresas deben invertir en talento, tecnología e innovar, comprometerse a participar en los mercados externos, reinvirtiendo con una mirada de largo plazo y buscando el liderazgo mundial. Los sindicatos deberían buscar mayor flexibilidad para que los trabajadores puedan acceder a un proceso de reentrenamiento para insertarse en las cadenas de valor mas sofisticadas en una nueva posición estratégica. Por su parte, la educación tiene que equiparse lo suficiente para proporcionar investigación y producir el nivel de recursos humanos demandados por un Perú que juega en las ligas mayores. 

Finalmente, el Estado deberá liderar a través del consenso de una visión, ayudar a bajar las barreras necesarias y proporcionar estímulos para incentivar la actividad privada. Un pacto para nuestra competitividad internacional será uno de los legados mas importantes que este gobierno deje para las siguientes generaciones.