Fitch Ratings prevé que la actividad económica del Perú se expandirá alrededor de 4% en el 2019 y el 2020. (Foto: AFP)
Fitch Ratings prevé que la actividad económica del Perú se expandirá alrededor de 4% en el 2019 y el 2020. (Foto: AFP)

Para empezar, las proyecciones con respecto al PBI que usualmente se muestran al mercado siguen padeciendo de una visión de mediano plazo, continúan asociadas a cifras específicas y son carentes de un análisis elemental de escenarios. El problema no es solo la reiteración de la práctica de brindar proyecciones que no se acercan a la realidad, sino también, la limitación de no ofrecer al mercado señales de mediano plazo que permitan a nuestro frente empresarial, tomar decisiones de inversión más claras. Nos hemos acostumbrado a tomar decisiones de mediano plazo con métrica de corto plazo. Mal hecho. Suena a broma de mal gusto.

Para no dar malas señales con errores en las proyecciones de corto plazo, debe entenderse que el factor de fondo que determinará si el Perú crece el 2019 por encima o debajo del reconocido 4% se dilucidará recién en marzo. Pues bien, el Perú crecerá más del consabido 4% si se encuentra una solución al tema comercial entre Estados Unidos y China. Más aún, eso será cierto si la posibilidad de una salida desordenada de Inglaterra al Brexit se revierte o se llama a un nuevo referéndum para revaluarlo. En caso contrario, nuestro crecimiento, de manera asegurada será menor al 4%. Así de simple y claro.

► 
► 

Para el mediano plazo, el empresariado debe tener presente que nuestro crecimiento tendencial promedio anual cada cinco años es de alrededor del 4%, cuando no disponemos de precios de commodities a favor; y puede superar el promedio anual del 6%, cuando los precios internacionales de nuestros metales nos favorecen. En estas circunstancias disponemos de base para desarrollar inversión, sin duda. La inversión se define no con el crecimiento anual sino con el reconocimiento de nuestro crecimiento tendencial a mediano plazo.

De otro lado, es reiterativo en nuestros analistas el hecho de intentar resolver problemas de carácter estructural a partir del reconocimiento superficial de la necesidad que tenemos de buscar ampliar nuestros magros niveles de productividad. 

En dicho contexto, se ha propuesto un Plan Nacional de Productividad; de otro lado, se ha anunciado un Consejo Privado de apoyo a la Competitividad. Todo interesante, pero, lamentablemente, lo que denota ello es que hasta hoy no existe una mínima articulación entre el frente privado y público para impulsar la tan necesaria productividad en nuestro país. Se empieza sin conciliación y adecuada coordinación de esfuerzos. 

Pero no todo que allí. Para algunos, la prioridad es reducir la brecha de infraestructura, para otros la educación e innovación, para otros la salud y saneamiento, para otros la seguridad y corrupción. Al final no hay conceso en las prioridades, ni hoja de ruta y menos proceso de rendimiento de cuentas tras lo que finalmente se decida. Más allá de esto ¿saben cuál es el pilar ausente?: la urgencia de una reingeniería integral del Estado como condición básica para salvar el resto de problemas. 

Nuestro Estado está enfermo y pretendemos que este sea el que lidere la necesidad de eliminar los grandes problemas estructurales que están reseñados en el Plan Nacional de Productividad. Lo primero que debemos discutir es cómo reformar a nuestro Estado. Hoy tenemos un Estado sobredimensionado, sin capacidad de gestión, plagado de ineficiencias y corrupción, incapaz de presentar un mínimo de institucionalidad. ¿A este Estado le vamos a encargar la ejecución del Plan Nacional de Competitividad? Por favor, esto también suena a broma de mal gusto. Reflexionemos.