(Foto: Alonso Chero)
(Foto: Alonso Chero)
Oswaldo Molina

Debido a una reciente expansión de Juntos, el programa de transferencias condicionadas del Gobierno Peruano, este llega por primera vez al poblado de Andagua, en la zona rural de Arequipa.

Gracias a ello, la familia Chuquicaña empieza a recibir una cantidad de dinero bimensualmente a cambio de que, en cuestiones de salud, lleve a sus hijos pequeños a la posta médica más cercana para que les hagan sus controles. 

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Así, la madre toma a sus hijos y, en la fecha que le corresponde, los traslada a la posta para sus respectivos chequeos. Esta es la primera ocasión en la que ella visita este tipo de establecimientos. Sin embargo, en la medida que estos controles son periódicos, esta rutina se vuelve más familiar para ella, a pesar de la distancia en la que se encuentra dicha posta. Y es que, sin darse cuenta, al acercarse el Estado a las familias más pobres del país, logra también modificar sus hábitos.

Antes de la llegada del programa, esta familia, al igual que todavía una proporción importante de la población en los países en desarrollo, atendía servicios informales (léase huesero, yerbero o curandero) para resolver sus problemas de salud, aun cuando estos tienden a ser de menor calidad. La falta tanto de acceso como de confianza en la medicina moderna y pocos recursos pueden explicar esta situación. No obstante, la aparición de Juntos parece haber generado cambios en el comportamiento de las familias, incluso más allá de lo esperado.

Así, en una reciente investigación que desarrollé junto con mis colegas Natalia Guerrero y Diego Winkelried, encontramos que las familias beneficiadas de Juntos no solo acudían a los establecimientos de salud estatales para que sus niños pasasen los controles requeridos por el programa, que es lo esperable; sino que también iban a estos cuando sus hijos se enfermaban, aun cuando ello no forma parte de las obligaciones exigidas por Juntos. 

Esto, a su vez, se traduce en una reducción en la demanda por servicios informales de salud en dichos casos. Más interesante todavía, otros miembros de la familia, que no forman parte de la población objetivo del programa social, empezaron también a usar los servicios públicos de salud cuando enfermaban, como consecuencia de la experiencia positiva generada por Juntos. 

En pocas palabras, la mayor familiaridad con el uso de los establecimientos estatales de salud por parte de las familias beneficiadas por los programas sociales ha generado que estas cambien completamente sus hábitos. 

Como resultado, se obtiene un impacto positivo más allá de lo esperado específicamente por el programa. Esto quizás explique que los diferentes miembros de las familias beneficiadas reporten también sentirse mejor de salud que sus contrapartes. Lo cual nos debería hacer pensar en el verdadero impacto de los programas sociales.