Congreso
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La enfrenta retos tan grandes que si solo nos abocamos a la solución de las restricciones de carácter meramente coyuntural, corremos el peligro de nunca encontrar el espacio para superar aquellos de naturaleza estructural. 

En ese sentido, uno de los más graves problemas que nos impide alcanzar un crecimiento del PBI apreciable y sostenible es la casi inexistente que disponemos. Veamos muy brevemente, a modo de muestra, dos de las tantas limitaciones que disponemos en este frente.

Primero, por ejemplo, requerimos construir una base política sólida donde interactúen partidos sólidamente constituidos, que operen con reglas claras y que estén sujetos al permanente “rendimiento de cuentas” a la sociedad civil. No hay institucionalidad sin un frente político bien constituido y eso es lo que sucede en el Perú.

¿Qué tenemos hoy? Solo un remedo de ello. cuyos miembros activos no pasan los 10.000 en una población de más de 32 millones de personas; partidos cuyos eternos dirigentes impiden la presencia de nuevas generaciones; donde, en otros casos, basta con salir elegidos con menos de la cuarta parte de los votos para disponer de mayoría absoluta en el Congreso; donde el caudillismo sujeto a un apellido es el mejor argumento para una eterna candidatura; donde en función del número de firmas se crean seudopartidos cuyo destino es “alquilarlos” a un potencial candidato. En resumen, disponemos de un desastre.

Segundo, requerimos, en el Estado, entidades que operen sobre una base organizacional bien pensada, cuya exigencia de ‘accountability’ sea permanente, donde el número de trabajadores sea resultado de meritocracia y transparencia, entre otros. No hay institucionalidad sin un Estado bien organizado.

Hoy en el Perú, las instituciones se dimensionan, crean o cierran por el efecto inspirador del gobernante de turno y un puñado de sujetos; sin visión de futuro, sin real justificación técnica, sin un mínimo de orden. Tenemos un Congreso con 130 individuos y miles de personas detrás de ellos que forman parte de la planilla pública sobredimensionada; más de 1.800 gobiernos locales, donde en solo un año pueden crearse más de 100 de ellos como por arte de magia; donde es inexistente la formación de la carrera pública de primer nivel. Disponemos de un Ejecutivo con 19 ministerios cuando, por ejemplo, Alemania se maneja solo con 5. Lo común en todas estas cifras es que ninguna tiene fundamento técnico.

En este desorden imperante a nivel institucional es claro que alguien está ganando. Nada es gratuito. En dicho entorno ganan la ineficiencia, la corrupción, la inseguridad, la injusticia, la precariedad. De otro lado, en materia de política económica, se hace dificultoso obtener resultados orientados a modular el ciclo asociado, por ejemplo, a la evolución de los precios de los metales; a modular el impacto de un desastre nacional o a buscar que minimizar un choque asociado a la volatilidad del frente internacional. Sin adecuada institucionalidad, todo se envicia, todo demanda mayor esfuerzo y la probabilidad de “éxito país” se diluye.

Dejar exclusivamente en manos de nuestro frente político la gran reforma que permita la presencia de una verdadera institucionalidad es una quimera, un imposible. No al problema, que resuelva el problema. Hoy, más que nunca, es necesario un sector empresarial comprometido y dispuesto a participar en la creación de una verdadera institucionalidad. Tenemos que encontrar la forma para que ello sea realidad. De no ser así, pasarán 200 años más preguntándonos: institucionalidad, ¿dónde estás?

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